Por
Carolina De Leo
I
Está
sentada. Las piernas en ve. Su vida puede cambiar para siempre.
Transpira. Otra vida. Siente frío en la espalda que apoya desnuda en
la cerámica. No sabe lo que quiere. Le cuesta abrir la caja,
dibujitos, colores, como si fuera un regalo.
Le da náuseas, será la
idea. Otra vida sí desea. Lee desordenado, una parte difícil, otra
como para tontos. La cabeza se adelanta, apoya los codos en la
rodilla y con las palmas de las manos se rodea los cachetes. Espera
un poco, no tiene ganas, no sabe si le van a venir. Abre la canilla,
como cuando era chica. Se moja la cara. Junta las rodillas. Se mira,
le da lástima, le da miedo, la vida misma. Agarra la cosa de
plástico, parece un juguete. Con esto no se juega. Vuelve a leer la
parte tonta, por las dudas. Se hace pis encima, así decía. No es
para menos, quién sabe lo que vendrá.
II
Ahora
no sabe si tiene ganas, bien que antes no le dudaron las ganas. No
hay vuelta atrás, a un hijo no te lo podés sacar como su fuera una
muela. Empezó a vomitar, vomita la verdad, vomita el resultado, se
lo quiere sacar de encima. Golpea la pared, hay que ser de piedra,
dura y fría para terminar con lo tuyo, con lo indefenso, con ese
regalo de la naturaleza. Recién no sabía pero ahora sabe, y sabe
que tiene un privilegio, que tantas quisieran estar en su lugar para
gritarlo. Ella lo va a ocultar, lo va esconder como un delito. Matar
a un ángel es un crimen. Para toda la vida una vida, o para toda la
vida la culpa. De eso no se va a escapar.
III
Había
nacido después de la muerte de Simone de Beauvoir, y sin embargo,
temblaba de hijo, iba a morir de hijo.