Por Héctor Corti
Vagabundo.
Sin techo. Indigente. Mendigo. Vago. Menesteroso. Persona en
situación de calle. Claudio jamás pensó que algún día ya no
tendría más un nombre. Pero que podía ser nombrado de maneras tan
diferentes. Y que todos conviven en él.
Tortugas
humanas.
Así
se piensa y los piensa. Como tortugas humanas. Se ve y los ve. Con
sus pocas miserables pertenencias a cuesta. Con andar lento hacia
ningún lugar. Deambulando. Buscando sin encontrar. Cumpliendo un
destino que no se puede torcer.
Todos
tienen historia. Él tiene historia. Pero a nadie le importa su
historia. Ni siquiera a ellos. Ni siquiera a él. No vale la pena
recordar. Que la tristeza se asome a la luz. Que aquellos viejos
tiempos, cuando él era como los que hoy no lo quieren ver, quede
protegido por una profunda oscuridad. La oscuridad de no contar. La
oscuridad de no saber.
A
veces se pregunta qué es la muerte. Se pregunta si se puede estar
muerto en vida. Si se puede estar muerto más allá del corazón
latiendo y los pulmones llenos de oxígeno. Y duda en la respuesta.
Duda porque no está muy seguro de estar vivo. O si tal vez vive una
larga agonía hacia la muerte física. Si vive el ocaso de su vida.
Busca
caminando. Camina buscando. Busca y camina mucho. Camina buscando con
tiempo en el tiempo. Camina con sus pocas miserables pertenencias a
cuesta. Camina como una tortuga humana. Busca siguiendo un destino.
Camina y encuentra un destino que no puede torcer.
Llega.
El mar está revuelto. Creciente. Devorando metro a metro la playa
solitaria. Él se siente extenuado. Descansa contra una duna. Con la
mirada perdida. Apuntando a la finitud del horizonte. El sol agotado,
despliega débiles rayos. Rayos incapaces de dañar sus ojos. Rayos
que anuncian un final. Anuncian el ocaso del día.
Él
se duerme. Se duerme profundo. Pero no como siempre. Se duerme con
placer. Como si buscara la eternidad. Y sueña. Sueña con el mar
calmo. Con una playa interminable. Sueña con un nuevo amanecer.