Por Carolina De Leo
Cuando tenía 7 años de edad, mi
maestra me dice que me meta abajo del banco. Es un simulacro. A los
12 años, estoy de viaje de egresados en una travesía en las sierras
de Tandil de noche. Hay linternas y risas. Hay un viento que peina
los yuyos en la oscuridad, una voz me dice que así se imagina
Malvinas. Estamos sentadas en una piedra y esa voz humedece la tierra
patria, se estremece la piel aunque el frío, el viento y la humedad
ni se asoma a la vivencia de los pozos de zorro, sí es de a dos.
Desde esa voz, por esa voz también hablo, y porque a mí también,
como a tantos, Julio me enseñó a leer y a escribir.
Dejaba su semilla. Iba al frente. Hasta
el último día estuvo en el frente. Cuando ya no estaba lo buscaron
y lo encontraron en la dignidad de la búsqueda que aún hoy nos
habita. Qué vamos a encontrar los que buscamos. Ojalá esa misma
dignidad.
Qué dice la sangre derramada. Qué
causa habita en los que aún estamos.
La guerra hasta la muerte por una causa
justa que se traduce en causa amor verdad que entrega sangre gota.
Una lluvia misil destruye la vida. Un
maestro sabe que no sabe.
Los soldados no saben que hubo
rendición. No les avisaron, los mercenarios no avisan, se esconden,
entonces quedaron más a la merced de sus asesinatos de guerra.
Un hermano se encuentra.
El milagro se vuelve canción del Nano,
el quinto mes pesa en un vientre.
Una bomba explota en la vida de todos
los argentinos y argentinas, algunos no se enteran, se distraen.
Un padre se arrodilla ante el gol a los
ingleses. Una hija se vuelve vida.
Un pueblo se silencia, sin medios, los
hipócritas odian y colonizan igual que los imperios. Todos somos
víctimas y responsables del silencio...
La búsqueda vuelve, las versiones se
creen y descreen, no sabemos qué opinar de ni qué decir ante el
frío, la sed, el hambre, el horror y la muerte. Tantas veces y como
por primera vez, cada vez escuché, escuchamos unos pocos, las
historias cerca del pino que plantó.
Si quieren venir que vengan, ¿y quién
quiere ir? Pongamos que la guerra fue en el 82. Pongamos la vida en
la hermandad. Pongamos que no se puede opinar, que es delicado y muy
íntimo. Pongamos más bien que es cobarde distraerse, que es
responsabilidad de todos.
Queremos el ADN. De Amor, de Don, de
Nación. No se coloniza la sangre. Hubo por lo menos un inglés que
lo supo, cuántos más quizás disfrazados de enemigos. ¿Disfraz?
Disfraz de la historia... que se repite, que no queremos que se
repita nunca más.
Muchos argentinos nos enteramos. Todos
esperamos rozar la verdad. Rozar al maestro y su verdad. Será en
junio, el cuatro, cuatro hermanos, será en Julio la dignidad. Ahí
ganamos. Ganamos con el soldado que no solo fue conocido por Dios. Lo
conocieron jugando con los chicos en el barrio, y en otros barrios
alfabetizando entre el barro. Lo conoció la hermandad, en su casa de
La Tablada, en las calles cerca de Crovara, sus compañeros de antes
y los de después en el Regimiento N°3. Lo conoció una mujer Clara.
Lo conoció la Plaza de Mayo el 30 de marzo ya aguerrido, guerra y
herida antes, como docente, manifestándose contra el gobierno
militar. Lo conoció un primer destino en Puerto Argentino y un
último destino en Monte Longdon. Lo conocimos todos porque su madre
llevó su nombre a las escuelas, las plazas, las bibliotecas, a los
lugares donde hubiera deseado seguir estando, y está. Lo conocimos
pintado de colores en murales, en una estación de tren y en las
calles de tierra y asfalto de nuevo.
Lo conocimos todos en una carta a sus
alumnos de 3ro. B y se desconoció por inconveniente lo que antecede
y sucede a esas letras más famosas que nombran a un cóndor inmenso
y al país de los cuentos cerca de Malvinas. Sabía que hay que
cuidar lo que se le dice a los niños y a los viejos, sabía que los
grandes no claudican.
La lucidez a esa edad y en ese terreno,
con esos zumbidos que ensordecen, ante la amenaza inminente,
impredecible, con un mate cocido mezclado con cal de albañil, un
poco de cemento, y nada de azúcar en la panza, es un don sí del
Dios al que se aferró en el sueño de volver.
Temblamos nosotros también. Nos
ilumine el fuego y más su luz, nos encuentre enteros o a pedazos,
nos encuentre hermanos. Queremos saber que descansa en paz, para
descansar en la paz y recuperar lo que es nuestro, lo que nadie nos
puede quitar. En paz, por la paz, después de 36 años seguimos
buscando lo que buscó, vencer la ignorancia que nos hace esclavos,
en su nombre propio: JULIO RUBÉN CAO.