Por María Yacobe
De los catorce
departamentos vecinos solo uno está habitado. No sé por quiénes ni
por cuántos. Solo sé que tienen un auto rojo y un perro, o perra, o
perre, que solo deja de ladrar cuando duerme y cuando come. Al menos
eso es lo que intuyo porque, como todo ser vivo, debe dormir y comer
en algún momento.
Yo me imagino catorce familias mascoteras
amantes de los perris ¡catorce perrris! ¿No es maravilloso?O mitad perris y mitad gatis. Y niñitos. Muchos niñitos asomándose por las ventanas o correteando en los dos patios de la planta baja -porque los patios son dos- y entonces ahí estarán los borregos retozando y gritando, gritando mucho, todo el tiempo y llorando. Porque lloran los niñitos. Y ni que hablar de los bebés ¡cómo lloran!: lloran cuando tienen hambre, lloran cuando tienen sueño, lloran si tienen frío o calor, lloran cuando tienen gases, lloran cuando están cagados. Ya los estoy escuchando hacer coritos y me da como una especie de ternura mezclada con vértigo.
A estos sonidos,
los de los seres vivos, habrá que sumarles los de las máquinas, es
decir lavarropas y aires acondicionados: catorce y catorce cuando
estén completos. ¡Ah! y no estoy contando los televisores, ni los
aparatos que reproducen música ¡hagan la cuenta!
No quisiera
angustiarme pensando en el futuro porque en definitiva, el futuro es
incierto y no hay esperanzas de que el edificio desparezca a causa de
un terremoto, por así decir. No hay posibilidades. Esta no es zona
de riesgo sísmico. No hay montañas. Acá la tierra es más plana
que una plancha. Vivimos en la pampa húmeda. A no ser que se le
incruste un avión, como a las torres gemelas, en ese caso quedaría
como si la tierra se lo hubiese tragado y todo volvería a ser como
antes. Esa sí es una posibilidad. Los aviones de Fly Chotis pasan
tan bajito…Pero entonces nos tragaría la tierra a nosotros
también, por proximidad…y ahí sí. Todo volvería a ser como
antes. Como antes de nosotros.