7.7.17

ILUSIÓN

Por Héctor Corti

Tic, tac, tic, tac.
El tiempo transcurre en la esfera del reloj. Desde la ventana se ve el amanecer. La aureola de fuego convoca a los girasoles para que sacudan el letargo de la noche e inicien su camino a ninguna parte en el nuevo día. Todo es tranquilidad. Los sonidos del silencio apenas son interrumpidos por tímidos cantos de pájaros que desafían el alba y saben que nada es suficiente comparado a la luminosidad de sus ojos.


Entra al cuarto sin golpear. En silencio. Sus pasos son imperceptibles sobre la mullida alfombra. Camina con timidez. Con dudas. Sonríe al darse cuenta que su presencia es deseada. Que la decisión sobrepasa la vara de lo prohibido. Se acerca confiando que entre esas cuatro paredes todo es posible. Feliz por dejar de fingir. Con la seguridad que ya no hay barrera para lo irrefrenable.


Tic, tac, tic, tac. El tiempo transcurre en la esfera del reloj. Desde la ventana se huele el perfume de los lirios acercados por un aura suave y apacible. La brisa acaricia y hace temblar las hojas de los álamos que custodian el camino de tierra polvoriento, en el diáfano día que es incapaz de apaciguar el brillo de sus ojos.

El encuentro descorre los velos del misterio. Es sin apuro. Despacio. Momento a momento. Gozando la realidad de una fantasía concebida durante largas noches de vigilia. Se miran con pasión. Se rozan. Se tocan. Se abrazan. Buscan el encuentro de sus bocas para probar el sabor de los labios. Se besan con intensidad. Caen sus ropas. Una a una van dando paso a la desnudez. A la vibración de los cuerpos recorridos por caricias. A dejar de ser dos para convertirse en uno.

Tic, tac, tic, tac. El tiempo transcurre en la esfera del reloj. Desde la ventana se siente el calor cada vez más agobiante. La atmósfera es abrasadora. El día es intenso como la pasión. Como el cerco de fuego encendido por un hechicero, en busca de un conjuro mágico que no es tan poderoso como el fulgor de sus ojos.

Nada les importa. Se encierran en un frenesí furioso. Piel contra piel. Cuerpo sobre cuerpo. Pegados. Revueltos. Jadeantes. Erotizados. Sus fluidos se mezclan en un sexo descontrolado. Lujurioso. Un sexo como nunca antes habían tenido. Como nunca antes habían sentido. Un sexo que supera el encuentro carnal. Que los eleva a un éxtasis superior. Profundamente irracional. Tan irracional como la ilusión.

Tic, tac, tic, tac. El tiempo transcurre en la esfera del reloj. Desde la ventana se oye el estallido de un trueno. Fuerte. Poderoso. Lo acompaña el relámpago que ilumina el cielo plomizo y se pierde en el horizonte. Nimbos bajos y grisáceos cargados de agua, presagian el temporal que se desatará y que se advierte en la opacidad de sus ojos.

Están cansados. No sienten la misma intensidad. Sus cuerpos se distancian. Permanecen inmóviles. Atrás queda la pasión. El ardor. La lujuria. Regresan a la desesperanza. A la ilusión imaginada. Abandonan la fantasía concebida durante largas noches de vigilia. Se dan cuenta que volvieron a ser dos.

Tic, tac, tic, tac. El tiempo transcurre en la esfera del reloj. Desde la ventana se percibe el intenso aguacero que parece no tener final. Que arrasa con todo. Que borra las huellas. El clima es profundamente desapacible. La noche cerrada y sin luna es tan negra como la oscuridad de sus ojos.

Se levanta despacio. Se viste sin prisa. Mira por última vez el cuarto. Cuatro paredes en donde creía que todo era posible. Que podría dejar de fingir. Que sobrepasaría la vara de lo prohibido. Hace una mueca de tristeza. Su presencia ya no es deseada. Sus pasos son imperceptibles sobre la mullida alfombra. En silencio.