Por
María Yacobe
Es rastrera y trepadora. Tanto puede formar un tapiz o una alfombra con sus flores mínimas.
Su
crecimiento no es lento ni paulatino. Es rápido, brusco, ágil.
Hasta
los árboles más añosos se ven perjudicados. Se les sube por los
troncos y los rodea hasta matarlos. Tanto los oprime que se quedan
sin energía vital. Debe extraerles la savia porque al tiempo se
secan y al primer temporal se caen. Algunos se resisten a su destino
de muerte. Intentan no darse por vencidos y sacan nuevos tallos pero
al final, sucumben.
Si
no encuentra por dónde trepar se arrastra y avanza sobre las plantas
del suelo, sobre las más pequeñas y no deja que se desarrollen. Las
sofoca, les quita el oxígeno, las ahoga, las asfixia. Las cubre
tanto que no les permite acceder al sol, por donde pasa nada vuelve a
crecer. Es invasiva, hostil, agresiva.
No
tiene tallos muy gruesos. Si se tira a tiempo de alguna de sus guías,
cuando su arraigo todavía es ínfimo, se desprende sin mucho
esfuerzo. Si se la deja sin control, lo más probable es que se
reproduzca sin fin.
Habrá que llamar a un jardinero especialista en malas hierbas y que la arranque de cuajo para que no vuelva a crecer o al menos para mantenerla a raya por algún tiempo. O tal vez dar con el herbicida adecuado, ir probando cuál es el más efectivo. Pero hay que hacerlo cuanto antes, sin demora, antes de que sea demasiado tarde. No queda mucho tiempo.