Por
Carolina De Leo
– Mirá
la foto de los abuelos cuando se casaron, tremendo...
– ¿De dónde la sacaste?
– De acá. Estaba en este libro que me traje el domingo de lo de mamá. "La mujer rota". Lo agarré porque me puede servir para la tesis... Y ohhh... casualidad, qué fotito fue a usarse de señalador.
– Apala la lata, como hubiese dicho la abuela! Uhhh... Y la torta, ya de verla nomás te empalaga como el beso...
– Che, no seas mala, yo a él ni lo
conocí... Pero la abuela, qué flaca que fue alguna vez.– ¿De dónde la sacaste?
– De acá. Estaba en este libro que me traje el domingo de lo de mamá. "La mujer rota". Lo agarré porque me puede servir para la tesis... Y ohhh... casualidad, qué fotito fue a usarse de señalador.
– Apala la lata, como hubiese dicho la abuela! Uhhh... Y la torta, ya de verla nomás te empalaga como el beso...
– Se ve que no comía de esas tortas, ¿alguien comería esas tortas?
– A mí, más que la torta me impactan esos muñecos. Encima, están como dentro de un castillo...
– No boluda, qué castillo, es la Iglesia... Los muñecos saliendo de la Iglesia.
– Ahhh... tenés razón... Muñeca ella con ese tul. Muñeco él también, con esa florcita en el traje
– ¿Quién habrá sido en esta pareja, que duró hasta que la muerte los separó, el muñeco del otro?
– Para mí la abuela, seguro... Acordate que ella decía que había barrido y limpiado durante cincuenta años los mismos rincones...
– Y mamá repite todavía que ella no cometió ese error... Y no lo cometió, bastante en la mugre vivimos.
– Me hiciste reír.
– De los que están alrededor, no conozco a nadie...
– Sí, mirá este perfil, ¿reconoces esa nariz? Es la tía Tita, qué linda... Si te fijás, es la única que aplaude con alegría. Los otros figuretis sonríen para salir en la foto.
– Ahh... La tía Tita, tenés razón. En esa época no se hacía esa línea negra y rígida con delineador líquido a dos o hasta tres milímetros del nacimiento de las pestañas, ni el labial traspasando ampliamente los límites de los boca. Vos la sacaste porque le pusiste atención a la nariz.
– Dame un mate..., me quedé pensando en los muñecos...
– Viste el cuchillo, parece una señal, lo dejaron ahí clavado... No es normal... En otras fotos así de antes se ve a los novios con las manos entrelazadas haciendo un corte.
– Andá a saber si estos cortaron algo alguna vez. Sigo pensando en los muñecos.
– Sabés, con lo que decís del cuchillo me vino un recuerdo... La abuela no decía pinchar o picar... Decía hincar... A mí me preguntaba, ¿te hinca? Yo entendía, pero nunca más escuché usar esa palabra.
– Y el nene, ¿quién será? Como que mira para otro lado, como si no quisiera mirar el beso.
– Y el sombrero y el animal print de la de atrás... Pintada parece... Igual que la sonrisa de arrabal del de corbata a lunares.
– ¿Pensaste que capaz mamá ya estaba en la panza?
– Qué guacha, la versión oficial es que la abuela quedó embarazada en la luna de miel.
– Bueno, andá a saber. Vos dijiste la versión oficial. Capaz que antes de barrer y limpiar cincuenta años los mismos rincones, la abuela hizo otras cosas.
– La abuela... la extraño. ¿Sabés que cuando mamá te daba la teta yo miraba hipnotizada…? Y la abuela le decía: cambiate el anillo de mano, se lo repetía...
– ¿El anillo de mano? ¿Para qué?
– Eso mismo me preguntaba yo, y cuando nació Sofi mamá me enseñó que usara esa técnica para recordar cuál fue la última teta que había tomado la nena.
– Ahhh, mirá vos. Ni yo me dí cuenta que hacías eso...
– Ya sabés, por si un día se te da por la maternidad...
– Ni loca... Bah, qué sé yo... No se me ocurre
– Bueno, dejala ahí...
– Mejor lo dejo ahí... Lo que te digo es que acá el muñeco parece el abuelo. – De él no dijimos nada... Y no puede ser sólo porque una ni lo conoció y la otra tenía cuatro años cuando murió.
Los
muñecos se mueren, quedan duros y quietos como los de las tortas,
con suerte en alguna vitrina de modular antiguo. Y ahora que se usa
lo vintage, capaz tienen más suerte.