11.10.17

SUEÑO PELIGROSO


Por Cecilia Arias


Aparentaba ser más grande de lo que verdaderamente era. De sus ojos caían lágrimas que sabían a nada. Su rostro adusto parecía no mojarse. Su blanca vestimenta lucía empapada de pequeñas perlas transparentes. Sus manos y pies estaban agarrotados como si algo les impidiera moverse. Lo más notable, su nariz olía humedad de aquel ambiente grande adornado por antiguos habitantes.

En él, sólo había un detalle muy pequeño que no combinaba, era el piso más sencillo que el resto del edificio. Esto lo notó cuando cambió su mirada hacia abajo, y en esa piedra fría y lejana que parecía mármol falso, descubrió dibujos que no entendía. Lo habían limpiado de forma tal que lucía más valioso. A pesar de este hallazgo inquietante, en su rostro se notaba algo parecido a la pena, esa tristeza que se palpaba en la mismísima humedad del ambiente. Algunas plantas con flores, que servían de decoración, se empeñaban en hacer un lugar más alegre de lo que en realidad era para ella. ¡Era todo tan agobiante! Pasó largas horas tendida sobre el enorme sofá. Había aire, pero no luz.


Más tarde el azul oscuro cambió por el traslúcido turquesa de la luz diurna. Sin embargo, Nadine continuaba como hipnotizada. Su cara tenía el mismo gesto de la noche anterior. Sus ojos estaban hinchados y colorados como nunca antes. Ella seguía en su habitación. Era una hora indeterminada, pero ya de mañana. Su hermano, como todos los días, fue a despertarla. La encontró desvelada y, al verla y escucharla, le pareció que su voz salía de ultratumba.


-Anoche tuve un sueño muy vívido, de un funeral, del mío. Y yo lo veía en la soledad de esta habitación.


El hermano no le creyó. Nadie puede revivir su propia muerte. Pero Nadine contaba su verdad.