Por
Julia Azul
Mientras
refregaba la ropa contra la tabla, Mariana veía el sol que se iba
alzando sobre la copa del sauce viejo. El cielo incandescente
contrastaba con las retorcidas hojitas, todavía envueltas en la
oscuridad del patio de tierra. Caníbal cruzó trotando y comenzó la
lenta caricia autoinflingida contra sus piernas. Le dolían las
manos, moradas por el esfuerzo.