2.10.17

¿DÓNDE ESTÁ SANTIAGO?



Por Héctor Corti



--¿Dónde está Santiago?--, preguntó María al no ver a su hijo que hacía unos minutos jugaba en la puerta de la casa.

--No sé, mujer. Creí que te estaba ayudando a enhebrar las agujas para que termines más rápido tu trabajo--, respondió José mientras cepillaba prolijamente una tabla que tenía futuro de mesa.
Santiago era un niño de diez años que amaba y respetaba a sus padres. Pero no por eso dejaba de ser travieso, como correspondía a su edad.

Aquel día esperó la distracción de su madre para escabullirse, encontrarse con Pedro y Juan, sus amigos, y escaparse para jugar en el monte que quedaba a unos pocos kilómetros.

Aunque nunca le habían negado el permiso, Santiago sabía que el problema para conseguirlo era la presencia de Judas, el cuarto amigo, a quien sus padres lo tenían entre ojos.

“Es una mala compañía”, solía explicarle José, un tanto más diplomático que el tajante “no quiero que te juntes con ese chico” de María.

Santiago no estaba de acuerdo. Sentía que Judas sería de los amigos que lo acompañaría a lo largo de la vida. Por eso no resignaba a compartir con él sus salidas, aun a costa de engañar a sus padres.

La excursión se extendió más de lo esperado. Pasaron las horas y no regresaba. Cuando el sol había caído, María estaba sacada, entre la desesperación y la angustia.

--Dónde está este chico. Hay que ir a buscarlo--, interpeló a su esposo.

--Tranquila, mujer. Ya va a volver--, respondió José tratando de mantener la calma.

Y las palabras del padre parecieron proféticas. Después de pronunciarla, a lo lejos apareció la figura de Santiago, llevando en la mano una rama larga que se asemejaba a un cayado. Venía con cara feliz y gesto de pedir perdón, seguido por sus amigos inseparables.



--¿Dónde está Santiago?--, consultó el maestro Isauro a los alumnos que poblaban el aula de la escuela rural.

Los adolescentes cruzaron miradas cómplices, pero como si existiera un pacto de silencio, nadie abrió la boca.

Isauro frunció el ceño, pidió las monografías encargadas y empezó a dar la clase. Sospechaba que Santiago se había escapado, pero evitó hacer más preguntas de la que estaba seguro no recibiría respuesta.

Al finalizar la jornada se junto con sus compañeros Mary y Alfredo para hablar de la situación de Santiago, un estudiante brillante y rebelde que acostumbraba a tomarse algunas licencias por su cuenta.

--No puede ser que haga lo que quiera. Ustedes saben que promuevo entre los jóvenes para que sean libres, pensantes y críticos. Pero también que mantengan el respeto que nos debemos entre todos--, se quejó Isauro.

--Me parece que te estás calentando demasiado por algo que no es tan grave. Santiago es muy responsable. Confío en él. Seguro que tuvo una buena razón--, opinó Alfredo.

--Tiene razón Alfredo. Lo tuvo durante todo el año pasado y lo conoce muy bien. Pero también creo que deberías conversar con él y señalarle que cuando hay algún problema, debe hablarlo y no resolverlo por su cuenta--, terció Mary.

Fue en ese momento que Santiago apareció en el aula donde los maestros estaban reunidos. Entró apurado y agitado. En su mano tenía el trabajo que Isauro había pedido. Con mirada inocente y sonrisa compradora le pidió disculpas. Argumentó que como se lo había olvidado, fue corriendo a su casa para buscarlo y volvió. Pero se le hizo tarde.



--¿Dónde está Santiago?--, gritó Diego sin dejar de hacer jueguito. La pelota pasaba de un pie al otro sin tocar el piso desde hacía varios minutos.

--Sabés como es. Él se toma su tiempo. Deja todo para último momento. Pero siempre aparece--, justificó Lionel, tratando de que no se le notara la preocupación que también tenía.

El partido que estaban a punto de jugar era clave. Después de la gran campaña realizada a lo largo del año, si ese domingo ganaban se clasificaban finalistas.

Para “Los diez”, el equipo del barrio que se convirtió en revelación del torneo por la equilibrada combinación de calidad técnica y piernas fuertes cada vez que eran necesarias, la oportunidad de ganar el título estaba ahí, a nada de conseguirlo.

Si bien todos los futbolistas eran importantes, el trío conformado por Diego, Lionel y Santiago sobresalía del resto. Y ese domingo más que nunca dependían de su aporte para lograr el objetivo.

Por eso el mal presagio y la desazón de Diego, Lionel y el resto de los compañeros, cuando tuvieron que dejar el vestuario y salir a jugar sin una de sus figuras.

Cuando estaba a punto de empezar el partido apareció Santiago. Gritaba desesperado al árbitro para que esperara. Llegaba corriendo y ya cambiado. Al ingresar a la cancha justificó su tardanza. Fue por ayudar a una anciana que se había caído en la calle. “Como pensaba que no iba a venir, pero tampoco la iba a dejar tirada”, explicó entre serio y ofendido porque se daba cuenta que mucho no le creían.



--¿Dónde está Santiago?--, dijo en voz alta Charly, mientras del piano salían acordes maravillosos.

--A mí me gustaría saber lo mismo--, se sumó León un momento después de hacer sonar su armónica como ninguno.

--Pasa que es medio despistado. Ustedes saben que él se sube a todo lo que le pasa cerca. Ya va a aparecer--, lo protegió Víctor, su gran amigo y compinche, entre nota y nota que sonaban en su guitarra.

El grupo telonero que estaba por participar en un recital solidario en defensa de los derechos humanos tenía un problema serio: en pocos minutos debían subir al escenario y les faltaba Santiago, su cantante.

La situación inesperada los obligó a tomar una decisión impensada. Como no podían aplazar la actuación tendrían que salir los tres solos, algo que nunca había sucedido.

A la hora estipulada, y con el público a pleno haciendo pogo, subieron al escenario. Cuando las luces bajaron y comenzaron los acordes del primer tema, apareció del fondo la figura y la voz inconfundible de Santiago para iniciar el show, ante la sorpresa de los integrantes de la banda.

En un intermedio, se refirió a su impuntualidad con una insólita excusa que hizo reír y sospechar a sus tres compañeros. Simplemente contó que se quedó dormido. Pero lo que no se animó a detallar fue la inesperada y fugaz relación sexual que tuvo en las horas previas.



¿Dónde está Santiago? Preguntaron María y José, y pegaron su foto en la ventana de la casa que da a la calle. Isauro, Mary y Alfredo, y escribieron la frase en cada pizarrón. Diego y Lionel, y colgaron una bandera en el alambrado con el reclamo. Charly, León y Víctor, y le dedicaron una canción. La pregunta se multiplicó en las plazas y las calles de todo el país. Traspasó las fronteras. Llegó a los rincones del mundo. Esta vez no hubo inocentes travesuras, impulsos juveniles, impuntualidades o sexo fugaz salidos de la imaginación de un escritor. A Santiago lo desparecieron. A Santiago lo vieron por última vez cuando era detenido por efectivos de la gendarmería. Santiago, que por sobre todo es un hombre solidario, apoyaba lo que considera un justo reclamo del pueblo mapuche por la restitución de sus tierras ancestrales.



¿Dónde está Santiago? Es la pregunta que todavía no tiene respuesta.


DESPUÉS DE LA NOTICIA


Las palabras de Sergio duelen. Son las que nadie quisiera escuchar. “Es Santiago”. Sergio lo confirma. Ya está. Ahora queda la lucha por Memoria, Verdad y Justicia. Por Juicio y Castigo a los asesinos y a los encubridores. Y en esa avalancha de pensamientos que surgen desordenados, aparece el texto. Lo repaso. Uno escribe ficción. Y la ficción permite una antojadiza transformación de los elementos de la realidad. Releo. Y encuentro un tono de esperanza. O mejor dicho, de espera. La de tener la respuesta del final. Pero de final feliz. Como la de los otros Santiagos. Una historia que termine con una inocente travesura, un impulso juvenil, una impuntualidad o una noche de sexo fugaz. O simplemente un error que le permita su aparición con vida, pero no salida de la imaginación de un escritor. Pero no. Santiago está muerto. A Santiago lo mataron. A Santiago lo llevó la gendarmería. A Santiago lo negaron los funcionarios del gobierno. A Santiago le inventaron historias inverosímiles salidas de un periodismo siniestro. Y esto supera la ficción. Por eso prefiero mantener el final esperanzador. Pero esperando Justicia.