Por
Héctor Corti
--¿Dónde
está Santiago?--, preguntó María al no ver a su hijo que hacía
unos minutos jugaba en la puerta de la casa.
--No
sé, mujer. Creí que te estaba ayudando a enhebrar las agujas para
que termines más rápido tu trabajo--, respondió José mientras
cepillaba prolijamente una tabla que tenía futuro de mesa.
Aquel
día esperó la distracción de su madre para escabullirse,
encontrarse con Pedro y Juan, sus amigos, y escaparse para jugar en
el monte que quedaba a unos pocos kilómetros.
Aunque
nunca le habían negado el permiso, Santiago sabía que el problema
para conseguirlo era la presencia de Judas, el cuarto amigo, a quien
sus padres lo tenían entre ojos.
“Es
una mala compañía”, solía explicarle José, un tanto más
diplomático que el tajante “no quiero que te juntes con ese chico”
de María.
Santiago
no estaba de acuerdo. Sentía que Judas sería de los amigos que lo
acompañaría a lo largo de la vida. Por eso no resignaba a compartir
con él sus salidas, aun a costa de engañar a sus padres.
La
excursión se extendió más de lo esperado. Pasaron las horas y no
regresaba. Cuando el sol había caído, María estaba sacada, entre
la desesperación y la angustia.
--Dónde
está este chico. Hay que ir a buscarlo--, interpeló a su esposo.
--Tranquila,
mujer. Ya va a volver--, respondió José tratando de mantener la
calma.
Y
las palabras del padre parecieron proféticas. Después de
pronunciarla, a lo lejos apareció la figura de Santiago, llevando en
la mano una rama larga que se asemejaba a un cayado. Venía con cara
feliz y gesto de pedir perdón, seguido por sus amigos inseparables.
--¿Dónde
está Santiago?--, consultó el maestro Isauro a los alumnos que
poblaban el aula de la escuela rural.
Los
adolescentes cruzaron miradas cómplices, pero como si existiera un
pacto de silencio, nadie abrió la boca.
Isauro
frunció el ceño, pidió las monografías encargadas y empezó a dar
la clase. Sospechaba que Santiago se había escapado, pero evitó
hacer más preguntas de la que estaba seguro no recibiría respuesta.
Al
finalizar la jornada se junto con sus compañeros Mary y Alfredo para
hablar de la situación de Santiago, un estudiante brillante y
rebelde que acostumbraba a tomarse algunas licencias por su cuenta.
--No
puede ser que haga lo que quiera. Ustedes saben que promuevo entre
los jóvenes para que sean libres, pensantes y críticos. Pero
también que mantengan el respeto que nos debemos entre todos--, se
quejó Isauro.
--Me
parece que te estás calentando demasiado por algo que no es tan
grave. Santiago es muy responsable. Confío en él. Seguro que tuvo
una buena razón--, opinó Alfredo.
--Tiene
razón Alfredo. Lo tuvo durante todo el año pasado y lo conoce muy
bien. Pero también creo que deberías conversar con él y señalarle
que cuando hay algún problema, debe hablarlo y no resolverlo por su
cuenta--, terció Mary.
Fue
en ese momento que Santiago apareció en el aula donde los maestros
estaban reunidos. Entró apurado y agitado. En su mano tenía el
trabajo que Isauro había pedido. Con mirada inocente y sonrisa
compradora le pidió disculpas. Argumentó que como se lo había
olvidado, fue corriendo a su casa para buscarlo y volvió. Pero se le
hizo tarde.
--¿Dónde
está Santiago?--, gritó Diego sin dejar de hacer jueguito. La
pelota pasaba de un pie al otro sin tocar el piso desde hacía varios
minutos.
--Sabés
como es. Él se toma su tiempo. Deja todo para último momento. Pero
siempre aparece--, justificó Lionel, tratando de que no se le notara
la preocupación que también tenía.
El
partido que estaban a punto de jugar era clave. Después de la gran
campaña realizada a lo largo del año, si ese domingo ganaban se
clasificaban finalistas.
Para
“Los diez”, el equipo del barrio que se convirtió en revelación
del torneo por la equilibrada combinación de calidad técnica y
piernas fuertes cada vez que eran necesarias, la oportunidad de ganar
el título estaba ahí, a nada de conseguirlo.
Si
bien todos los futbolistas eran importantes, el trío conformado por
Diego, Lionel y Santiago sobresalía del resto. Y ese domingo más
que nunca dependían de su aporte para lograr el objetivo.
Por
eso el mal presagio y la desazón de Diego, Lionel y el resto de los
compañeros, cuando tuvieron que dejar el vestuario y salir a jugar
sin una de sus figuras.
Cuando
estaba a punto de empezar el partido apareció Santiago. Gritaba
desesperado al árbitro para que esperara. Llegaba corriendo y ya
cambiado. Al ingresar a la cancha justificó su tardanza. Fue por
ayudar a una anciana que se había caído en la calle. “Como
pensaba que no iba a venir, pero tampoco la iba a dejar tirada”,
explicó entre serio y ofendido porque se daba cuenta que mucho no le
creían.
--¿Dónde
está Santiago?--, dijo en voz alta Charly, mientras del piano salían
acordes maravillosos.
--A
mí me gustaría saber lo mismo--, se sumó León un momento después
de hacer sonar su armónica como ninguno.
--Pasa
que es medio despistado. Ustedes saben que él se sube a todo lo que
le pasa cerca. Ya va a aparecer--, lo protegió Víctor, su gran
amigo y compinche, entre nota y nota que sonaban en su guitarra.
El
grupo telonero que estaba por participar en un recital solidario en
defensa de los derechos humanos tenía un problema serio: en pocos
minutos debían subir al escenario y les faltaba Santiago, su
cantante.
La
situación inesperada los obligó a tomar una decisión impensada.
Como no podían aplazar la actuación tendrían que salir los tres
solos, algo que nunca había sucedido.
A
la hora estipulada, y con el público a pleno haciendo pogo, subieron
al escenario. Cuando las luces bajaron y comenzaron los acordes del
primer tema, apareció del fondo la figura y la voz inconfundible de
Santiago para iniciar el show, ante la sorpresa de los integrantes de
la banda.
En
un intermedio, se refirió a su impuntualidad con una insólita
excusa que hizo reír y sospechar a sus tres compañeros. Simplemente
contó que se quedó dormido. Pero lo que no se animó a detallar fue
la inesperada y fugaz relación sexual que tuvo en las horas previas.
¿Dónde
está Santiago? Preguntaron María y José, y pegaron su foto en la
ventana de la casa que da a la calle. Isauro, Mary y Alfredo, y
escribieron la frase en cada pizarrón. Diego y Lionel, y colgaron
una bandera en el alambrado con el reclamo. Charly, León y Víctor,
y le dedicaron una canción. La pregunta se multiplicó en las plazas
y las calles de todo el país. Traspasó las fronteras. Llegó a los
rincones del mundo. Esta vez no hubo inocentes travesuras, impulsos
juveniles, impuntualidades o sexo fugaz salidos de la imaginación de
un escritor. A Santiago lo desparecieron. A Santiago lo vieron por
última vez cuando era detenido por efectivos de la gendarmería.
Santiago, que por sobre todo es un hombre solidario, apoyaba lo que
considera un justo reclamo del pueblo mapuche por la restitución de
sus tierras ancestrales.
¿Dónde
está Santiago? Es la pregunta que todavía no tiene respuesta.
DESPUÉS DE LA NOTICIA
Las palabras de Sergio duelen. Son las que nadie
quisiera escuchar. “Es Santiago”. Sergio lo confirma. Ya está.
Ahora queda la lucha por Memoria, Verdad y Justicia. Por Juicio y
Castigo a los asesinos y a los encubridores. Y en esa avalancha de
pensamientos que surgen desordenados, aparece el texto. Lo repaso.
Uno escribe ficción. Y la ficción permite una antojadiza
transformación de los elementos de la realidad. Releo. Y encuentro
un tono de esperanza. O mejor dicho, de espera. La de tener la
respuesta del final. Pero de final feliz. Como la de los otros
Santiagos. Una historia que termine con una inocente travesura, un
impulso juvenil, una impuntualidad o una noche de sexo fugaz. O
simplemente un error que le permita su aparición con vida, pero no
salida de la imaginación de un escritor. Pero no. Santiago está
muerto. A Santiago lo mataron. A Santiago lo llevó la gendarmería.
A Santiago lo negaron los funcionarios del gobierno. A Santiago le
inventaron historias inverosímiles salidas de un periodismo
siniestro. Y esto supera la ficción. Por eso prefiero mantener el
final esperanzador. Pero esperando Justicia.