21.6.17

MORIR DE HIJO


Por Carolina De Leo

I

Está sentada. Las piernas en ve. Su vida puede cambiar para siempre. Transpira. Otra vida. Siente frío en la espalda que apoya desnuda en la cerámica. No sabe lo que quiere. Le cuesta abrir la caja, dibujitos, colores, como si fuera un regalo.
Le da náuseas, será la idea. Otra vida sí desea. Lee desordenado, una parte difícil, otra como para tontos. La cabeza se adelanta, apoya los codos en la rodilla y con las palmas de las manos se rodea los cachetes. Espera un poco, no tiene ganas, no sabe si le van a venir. Abre la canilla, como cuando era chica. Se moja la cara. Junta las rodillas. Se mira, le da lástima, le da miedo, la vida misma. Agarra la cosa de plástico, parece un juguete. Con esto no se juega. Vuelve a leer la parte tonta, por las dudas. Se hace pis encima, así decía. No es para menos, quién sabe lo que vendrá.


II

Ahora no sabe si tiene ganas, bien que antes no le dudaron las ganas. No hay vuelta atrás, a un hijo no te lo podés sacar como su fuera una muela. Empezó a vomitar, vomita la verdad, vomita el resultado, se lo quiere sacar de encima. Golpea la pared, hay que ser de piedra, dura y fría para terminar con lo tuyo, con lo indefenso, con ese regalo de la naturaleza. Recién no sabía pero ahora sabe, y sabe que tiene un privilegio, que tantas quisieran estar en su lugar para gritarlo. Ella lo va a ocultar, lo va esconder como un delito. Matar a un ángel es un crimen. Para toda la vida una vida, o para toda la vida la culpa. De eso no se va a escapar.

III

Había nacido después de la muerte de Simone de Beauvoir, y sin embargo, temblaba de hijo, iba a morir de hijo.