Carolina De Leo
Partimos
de la siguiente premisa: los libros se prestan. La validez de este
enunciado es tan relativa como lo que afirma que los libros no se
prestan. Si usted es partidario del último, le sugerimos no
continuar con la lectura, ya que le será absolutamente inservible.
Quizá a los que adhieran al primero también, dado que seguramente
ya saben de qué se tratan estos préstamos; y no han necesitado
consejos o instructivos, y mucho menos advertencias. Así es como
sucede con las cuestiones verdaderamente grandes e importantes.
Continuemos,
con los que continúan…
¿Qué libros se prestan?
Sencillamente todos: los comprados, regalados o heredados; los
dedicados tanto por el autor del regalo o el mismísimo autor de la
obra en cuestión; los que le han gustado y los que no, los viejos y
los nuevos; etcétera, etcétera, etcétera. Incluya en los etcéteras
tomos de dudoso origen, como sería el caso de aquellos de los que
sospecha se encuentran en su propiedad como fruto de algún hurto.
Como
en todos los todos hay una excepción. La excepción a la posibilidad
de préstamo la marca la lectura del objeto libro; esto es,
absténgase de prestar un libro si usted aún no lo ha leído. La
razón de esta salvedad se debe a que si no lo ha leído, ese libro,
no es aún suyo. Y uno no puede prestar lo que no es de uno.
Sepa,
o intente saber, ya que de igual modo tendrá noticia, las
consecuencias a las que se expone. Si cuenta con la fortuna de que el
libro vuelva a sus manos, dicho libro no será el mismo. El lomo
portará otras grietas, las páginas acarrearán nuevas huellas, las
letras habrán sufrido alteraciones fruto de la danza en otros ojos,
y el olor que almacenaba habrá mudado definitivamente.
Al
igual que el libro usted tampoco será el mismo. Si un libro ha
llegado a su vida es para pasar por ella y no para quedarse.
Si
leyó hasta acá no es usted ni un agarrado ni un amarrete, esos nos
abandonaron en el primer párrafo. Eso sí, siguen siendo siempre los
mismos, igual que sus bibliotecas.