Por Enrique Merelli
Desde la sur llega
el primer golpe de tambor y tras un compás de silencios, el segundo
y después otro y otro, hasta convertirse en el ritmo universal que
domina desde los pasos y el latido, hasta las olas del mar o los
colores del semáforo. En minutos las cuerdas avanzan, como el agua,
como las hormigas, como el fuego. Y ocupan toda la calle. Ellos están
en la barra, cada uno concentrado en su vaso. El wiski tiene tanto
arraigo como el mate en la cultura de este pueblo, por eso el bar
tiene dos lados de pura ventana y una pared completamente decorada
con cajas de Jack Daniels. Están en la barra, cada uno concentrado
en su vaso y ritmando con los pies, en una reacción inevitable.
Ritmo y alcohol habilitan la charla que se prolonga por horas.