6.4.17

CUIDADO CON LOS OGRONTES



Por Héctor Corti

Esta es la historia de un cuento que, como contaba mi abuela, empieza con había una vez un ogronte gigante que destruye un pueblo entero. Y que termina cuando el ogronte es derrotado por una nena rulosa, pequeña y valiente, cuyo nombre es Irenita, aunque su mamá Graciela la llama Irulana, simplemente porque le gustaba. Pero este final es el principio de otro cuento que como no lo cuenta mi abuela, no empieza con había una vez.


Para los ogrontes es muy fácil destruir pueblos. Tan fácil como hacer pedazos un vaso, una mesa, un tobogán y hasta un castillo. Solo tienen que romper y romper sin importarles nada. Romper todo sin ningún tipo de cuidados. Y eso lo hacen tan bien y tan rápido que hasta se podría hacer una carrera de ogrontes destructores de cosas y de mundos.

Pero reconstruir no es fácil. Y mucho menos para las personas de un pueblo. Porque reconstruir es volver a hacer de nuevo todo lo que fue destruido. Es armar algo para dejarlo tal cual era. Y si es posible, un poquito mejor. Para eso hay que tener mucha paciencia, inteligencia, sabiduría e ingenio, porque hay que colocar cada cosa en su lugar como si fuera un rompecabezas de millones de piezas.

Contaba mi abuela que cuando el ogronte destruyó casas, escuelas, fábricas, hospitales, la estación de ferrocarril y todo lo que se le cruzaba por el camino, las personas sintieron mucho miedo y no hicieron nada para impedirlo.

La única que se decidió a luchar fue la nena, que aunque estaba muy sola y también tenía mucho miedo, gritó muy fuerte su nombre.

¡¡¡Iiiiiiiiruuuuuuuuuulana!!! se escuchó desde todos lados. Y por esas cosas que a veces en los cuentos no se pueden explicar, pero que igual pasan, la letra i se dibujo y estiró en el aire como un hilo fino, largo y resistente que sirvió para envolver al ogronte como un matambre, mientras que la u cavó un pozo muy profundo para enterrarlo definitivamente.

Cuando el peligro pasó, las personas que ya sentían cada vez menos miedo y más coraje, animadas por la rulosa, pequeña y valiente Irulana, pensaron en reconstruir el pueblo.

El trabajo que le esperaba era muy difícil y necesitaba de mucho tiempo. Por eso primero decidieron organizarse. Todas las personas, en pequeños grupos y también en grandes reuniones, se animaron a hablar y a opinar sobre lo que más les convenía hacer.

Dieron muchas ideas. Y estuvieron de acuerdo en construir casas, escuelas, fábricas, hospitales, estación de ferrocarril y todo lo necesario para volver a tener un pueblo que les permitiera una vida digna.

La rulosa, pequeña y valiente Irulana escuchó entusiasmada lo que decían y decidían. Pero más contenta se puso cuando alguien en el fondo, que no se podía ver muy bien por la cantidad de personas que había en la reunión, levantó la mano y propuso vigilar todos los días y a todas las horas el pozo en donde estaba enterrado el ogronte para asegurarse que no vuelva a salir.

Todos se pusieron manos a la obra. Cada uno ayudando a su vecino y recibiendo la ayuda de otro vecino. Trabajaron mucho. Y al final lo consiguieron. De nuevo tuvieron su pueblo lleno de casas, escuelas, fábricas, hospitales, estación de ferrocarril y todo lo que necesitaban para tener una vida digna.

Que contentos estaban. Como disfrutaban de lo que habían conseguido.

El tiempo pasó en aquel pueblo feliz. Y pasó tanto el tiempo que Irulana seguía siendo rulosa y valiente, pero ya no era más pequeña. Había crecido. Primero fue mamá y después fue abuela.

A todas las personas del pueblo le ocurrió lo mismo. Todos tenían hijos, nietos y algunos hasta bisnietos.

A veces, cuando el tiempo pasa, los peligros también quedan cada vez más lejos. Y se tiene menos cuidado. Eso fue lo que sucedió en el pueblo con el ogronte. Salvo algunos viejos, y a los que le fallaba bastante la memoria, ya nadie se acordaba de él.

O casi nadie, porque la única que todos los días seguía yendo donde estaba enterrado el ogronte era una nena que usaba gorra y tenía tatuajes, que se llamaba Irulana y era tan valiente como su abuela.

Con el paso del tiempo, también cambiaron las costumbres entre las personas del pueblo. Poco a poco dejaron de hacer reuniones, de encontrarse para charlar y opinar sobre las cosas que querían y necesitaban.

Las personas cada vez hablaban menos y estaban más atrapadas por las imágenes de la televisión. Ya nadie salía a la puerta y ni siquiera se asomaban a la ventana. No lo necesitaban porque ahora lo que pasaba en su pueblo, en el mundo y en todos los mundos lo veían a través de la pantalla.

Y estaban tan entusiasmados con esos programas que no se querían mover del sillón por miedo a perderse algo. Si ni siquiera hablaban por teléfono. Para comunicarse con alguien, mandaban mensajes de texto. Y para hacer más rápido usaban emoticones en lugar de palabras.

Una noche se escuchó un ruido estremecedor que hasta movió la tierra como si fuera un terremoto. Irulana sintió mucho miedo, pero como era valiente como su abuela salió a la calle y corrió hacia donde estaba enterrado el ogronte. Ahí descubrió que había una gran zanja abierta. El ogronte había escapado.

La nena miró alrededor esperando que se acercara las personas del pueblo. Pero no fue nadie porque todos miraban en la tele una película de catástrofes donde en ese momento mostraban la erupción de un volcán. Y estaban maravillados con la tecnología que utilizaba porque hasta sintieron que les temblaba el piso y las paredes de sus casas.

Con las pocas fuerzas que le quedaba y pese al miedo que sentía, Irulana siguió al ogronte gigante y lo filmó con su teléfono celular cuando destruía la estación del ferrocarril y las vías del tren.

Después corrió hasta el canal de televisión, entró sin que la vieran, fue al estudio y cuando se distrajo el operador, cortó la película justo en el momento que la lava del volcán llegaba a una estación de trenes para destruir todo.

En sus casas, las personas se enfurecieron porque le habían interrumpido la película. En su lugar apareció una nena de gorra y tatuajes, quien con voz agitada decía que el ogronte gigante había escapado y que empezó a destruir el pueblo. Y cuando iba a mostrar lo que había grabado en su celular para demostrar que no mentía, no pudo porque el ogronte se comió la antena de transmisión y por eso todos las pantallas de los televisores quedaron sin imagen ni sonido.

Las personas, que estaban acostumbradas a ver las cosas a través de la tele, no sabían que hacer. Se asomaron a sus ventanas y se dieron cuenta que la nena decía la verdad. Vieron a lo lejos como avanzaba el ogronte gigante destruyendo todo a su paso.

Entonces recordaron la historia que les habían contado sus abuelos y sus bisabuelos. Y sintieron mucho miedo. Y desesperación por volver a perder todo otra vez. Y como no podían mandar un emoticón, porque los teléfonos celulares tampoco funcionaban, volvieron a hablar. Hablaron todos juntos. Pero a cada uno les salió desde muy adentro alguna palabra que hacía mucho no pronunciaba.

Uno gritó “escuela”. Otro “educación”. Y otro “fábrica”. Y otro “trabajo”. Y otro “hospital”. Y otro “salud”. Y de las ventanas salían palabras y más palabras. “Felicidad”, “viviendas”, “libertad”, “justicia”, “amor”, “dignidad”. Y así todos.

Por esas cosas que a veces en los cuentos no se pueden explicar, pero que igual pasan, cada palabra que gritaron se dibujó en el aire de un color distinto. Rojo, azul, verde, celeste, amarillo, rosa, violeta, marrón, bordó, lila. Después se unieron y se mezclaron para formar un gran arco iris. Y ese arco iris se transformó en un lazo que envolvió al ogronte gigante, lo levantó y lo apretó muy fuerte hasta hacerlo estallar en mil pedacitos. Y el cielo se iluminó por cientos de fuegos artificiales.

Las personas pasaron del miedo al asombro y del asombro a la alegría. Nunca antes habían visto algo semejante. Se olvidaron de los televisores y salieron a la calle para conversar con los vecinos sobre lo que había sucedido. Todos estaban muy contentos. Habían derrotado al ogronte gigante y salvado al pueblo.

Mientras las personas se abrazaban, festejaban y bailaban, Irulana, la nena que usaba gorra y tenía tatuajes, se acordó de su abuela valiente y del consejo que le dio para que siempre estuviera atenta para no dejar que el ogronte gigante regrese.

Y aunque en el cuento parece que este fue el final, Irulana, la nena que usaba gorra y tenía tatuajes, pensó que cuando tenga una nieta también le recomendará que no se olvide del daño que hace el ogronte gigante y siempre vigile, porque nunca se sabe cuando puede volver y hay que estar preparado para impedirlo.



Relato inspirado en el cuento Irulana y el Ogronte de Graciela Montes.