15.7.17

MALA HIERBA


Por María Yacobe

Es rastrera y trepadora. Tanto puede formar un tapiz o una alfombra con sus flores mínimas.


En primavera seduce con sus ramilletes coloridos. De lejos son muy vistosos pero no tienen buen perfume. Su olor es amargo. Casi pestilente. Produce rechazo. Además si se los corta, los ramilletes no perduran mucho tiempo erguidos y esbeltos. Se desvanecen enseguida. Las abejas se sienten atraídas por las flores y hay días en los que es imposible salir al jardín porque lo invaden todo. No me gustaría comer de esa miel.

Su crecimiento no es lento ni paulatino. Es rápido, brusco, ágil.

Hasta los árboles más añosos se ven perjudicados. Se les sube por los troncos y los rodea hasta matarlos. Tanto los oprime que se quedan sin energía vital. Debe extraerles la savia porque al tiempo se secan y al primer temporal se caen. Algunos se resisten a su destino de muerte. Intentan no darse por vencidos y sacan nuevos tallos pero al final, sucumben.

Si no encuentra por dónde trepar se arrastra y avanza sobre las plantas del suelo, sobre las más pequeñas y no deja que se desarrollen. Las sofoca, les quita el oxígeno, las ahoga, las asfixia. Las cubre tanto que no les permite acceder al sol, por donde pasa nada vuelve a crecer. Es invasiva, hostil, agresiva.

No tiene tallos muy gruesos. Si se tira a tiempo de alguna de sus guías, cuando su arraigo todavía es ínfimo, se desprende sin mucho esfuerzo. Si se la deja sin control, lo más probable es que se reproduzca sin fin.


Habrá que llamar a un jardinero especialista en malas hierbas y que la arranque de cuajo para que no vuelva a crecer o al menos para mantenerla a raya por algún tiempo. O tal vez dar con el herbicida adecuado, ir probando cuál es el más efectivo. Pero hay que hacerlo cuanto antes, sin demora, antes de que sea demasiado tarde. No queda mucho tiempo.