23.10.17

SONIDOS


Por Raúl Barros


Estoy en la habitación que da a la calle. Abro la ventana para que entre el sol. Estoy contento, todo está bien, el día es hermoso y escucho los sonidos que vienen de afuera. Lo primero que llega a mis oídos es el ruido de un balde con un poco de agua que se estrella contra el suelo, adrede, para molestar a algún vecino, yo ya sé quién es. Y el ruido de los autos, de las motos, del tránsito infernal de la Avenida Marconi y de mi propia calle.


Antes no había ese ruido. Cuando las calles eran de tierra, cuando en la puerta de casa había un paraíso que tapaba la entrada del garaje y que hubo que sacar, y se oía el croar de las ranas por las noches y el canto de los grillos, y me causaba gozo porque me transportaba al lejano oeste, al Far West, allí donde todo estaba por hacerse. Y escuchaba el ruido ensordecedor de las bandadas de loros que traviesos buscaban los árboles elegidos para darse un banquete con los frutos que devoraban, insolentes, desafiando a todos con su descarada apetencia y su impunidad. Eran los tiempos del comienzo, de hacer un surco y de la duda ¿Sería posible? Eran tiempos felices, éramos muy jóvenes y corríamos como los niños para ver quién llegaba antes a casa. Y más de una vez, cuando no había nadie alrededor me trepaba al paraíso con una excusa cualquiera, para sentirme pibe otra vez, cuando llegando a lo alto de su copa, bajaba por las ramas hasta alcanzar casi casi el suelo, y saltar. Como cuando me tiré del techo de mi casa natal al jardín con un paraguas abierto. Cuando me creía Tarzán.


Pero ahora la aldea devino en barrio, y el asfalto se extendió por doquier , y salgo de la ensoñación y como si el tiempo se hubiera detenido, vuelvo a escuchar en este momento el mismo ruido de la bandada de loros que buscan el ciruelo de la casa vecina, y de la mía propia, porque en el fondo hay un pino y hacia allí van insolentes, gritones, ávidos por darse el banquete. Pero yo nunca los espanto, me dan alegría, placer, es la vida que bulle, que triunfa. Y escucho el canto del grillo que en algún lugar está escondido, y el de los pájaros que aleteando alegremente van en busca del agua que yo les dejo en el fondo, y el sonido del viento, y la poesía de un tango lejano, y el sonido del viento y la poesía de un tango lejano: por una cabeza, si ella me olvida..... Me sobresalta el grito de gol que viene del club Italiano y me acuerdo que hoy juegan las chicas de hockey. Por un instante me asalta la melancolía, pero reacciono. ¡Gil, estás vivo! ¿Las querés todas?


Todo está bien. Ahora escucho el loro de enfrente, es un actor maravilloso, grita de a ratos: ¡¡no hay plata, pase después!!