Por
Nora Vacas
Epígrafe:
"Margarita Vergara, mujer que jamás escupió y encaneció en
una noche".
Mi
padre deseaba que fuera cuasiperfecta. Perfectible de manera
persistente para ser más precisa. Para ello debía partir de una
base: preceptos mínimos e imprescindibles.
Yo
conocía a mi padre. Sabía que no se trataba sólo de un mensaje
literal. Además de cercenarme la posibilidad de lanzar un
escupitajo, su pretensión era negarme la posibilidad del impulso.
Debo
reconocer que su mandato me ayudó a ser reflexiva, a pensar antes de
hablar o decidir alguna acción. Al menos hasta ése día en el que
desperté agitada. Había soñado con una voz que me repetía sin
cesar que apretara el acelerador, mientras unos brazos me zamarreaban
haciéndome sentir como mis pies se hundían en un vacío helado.
Me
levanté corriendo al baño a lavarme la cara. Sorprendida, observé
en el espejo mi cabellera blanca...