10.10.19

MÚSICA


Por Susana Basilico

     El día del concierto yo estaba muy nerviosa e insegura, como siempre. Me transpiraban las manos y se me resbalaban los acordes, lo que me hacía transpirar más todavía. Era un círculo vicioso del que no podía salir. Me tomé un respiro y me fui al bar de la vuelta,
donde lo veo a ese muchacho, de unos 30 y pico, tomando esa cervecita helada, helada, transpiraba esa botella de lo fría que estaba, no como mis estúpidas manos en mi estúpido cuerpo... me acerque y le pedí un traguito que me cayó bien. Y luego otro y otro. Lo invité al concierto aunque me aclaró que a él le gustaba otra música. Esa mezcla de alcohol y su presencia puso un toque mágico , una adrenalina que me salia por los poros y se notaba en el ambiente. A la salida me vino a felicitar y me insistió con ir a tomar otra cerveza para festejar, en su casa. Debo confesar que sentía una rara valentía que pocas viví. Mientras él me cantaba "Señora de las cuatro décadas" empecé a sacarme la ropa para mostrarle mis abdominales y que "el tiempo no sabe marchitar ese toque sensual". Al ritmo de "así es María, blanca como el día", nos amamos frenéticamente. Luego todo volvió a la normalidad: los ensayos, el estudio, el encierro. Bueno, no fue todo igual, porque empecé a sentir náuseas, asco y mareos. Me preguntaba si tenía que ver con aquella noche de locura... Ya se nota, hasta me dan el asiento en el colectivo, como me sucedió hoy, con un joven de unos treinta y pico...