Por
Héctor Corti
La
foto encontrada por casualidad invita a imaginar, a descubrir, a
recrear. ¿Cuántos años pasaron de aquel día? Treinta, cuarenta,
cincuenta. ¿Interesa el tiempo? Definitivamente, no. Importa que
están ellos. Son los protagonistas de una historia íntima.
Desconocida para todos. Historia que quedó expuesta. Que se congeló
en una imagen, pero sin impedir que fluyera. Que trascendiera. Como
todo en la vida. Porque en definitiva, de eso se trata. De vivir las
historias de la vida.
Aquella
tarde, cuando sus corazones estaban unidos solo a la distancia,
sintieron que los segundos transcurrían con lentitud. La decisión
estaba tomada. Íntimamente confiaban que sería así. Rompiendo con
los prejuicios. Derribando cada una de las barreras que les pusieron
en el camino. Vamos a ser audaces y valientes, se dijeron. Se
prometieron. Se juraron. Contra todo y contra todos.
Ella
planchó con prolijidad el impecable vestido blanco que había
elegido para la ocasión. Lo colgó con delicadeza en la percha. Tomó
un baño. La esponja acarició con suavidad cada parte de su cuerpo.
Aumentando sus deseos. Se secó el pelo y lo peinó como tantas veces
había ensayado. Se maquilló con colores suaves. Apenas una sombra
celeste en los párpados, polvo en las mejillas y un rojo apagado en
los labios. Se colocó unas gotas de perfume detrás de las orejas y
en las muñecas. Se vistió. Se puso el sombrero y salió. Decidida.
Él
fue a la peluquería. Lo afeitaron y emprolijaron el escaso cabello.
En su casa la ropa ya estaba preparada del día anterior. Se vistió
despacio. Cuidando todos los detalles. Camisa blanca. Traje cruzado
marrón. Corbata beige claro con un nudo corazón mediano. Pañuelo
al tono en el bolsillo superior del saco. Zapatos marrones. Se miró
al espejo y revisó que todo estuviera impecable. Abrió la puerta y
salió. Decidido.
Ella
tomó un taxi. Él caminó las pocas cuadras que había hasta el
lugar de la cita. Llegaron casi al mismo tiempo. Unos minutos
adelantados de la hora establecida. Necesitados de despejar la última
duda. De que no existiera una vuelta atrás. Se encontraron. Se
abrazaron. Se besaron largo y profundo. Ante la mirada de todos. Sin
prejuicios. Sin importarles el que dirán. Enamorados. Se tomaron de
la mano y caminaron hasta la plaza. Se sentaron en el pasto como si
fueran adolescentes. Se rieron nerviosos, como dos principiantes
inexpertos dispuestos a una travesura. Ella sacó una cámara de
fotos. Él le pidió a una persona que les hiciera la toma.
Les
decían que ya estaban grandes para enamorarse. Pero ellos se sentian
jóvenes. No les importaba que él fuera jubilado y ni que ella
acabara de retirarse como maestra. Habían transitado un largo trecho
de sus vidas. Y ahora estaban dispuestos a seguir caminando juntos.
Aunque no los comprendieran. Pese al rechazo de sus familias. Al
maltrato sufrido que los obligó a esconderse. A la guerra sin
sentido que les iniciaron. Y de la que no querían ni estaban
dispuestos a afrontar.
Decididos,
se subieron al tren y partieron. Se fueron con sus corazones unidos y
sus cuerpos muy apretados. Los esperaba un lugar que ellos solo
sabian. Elegido para sellar el compromiso. Y acogedor para vivir el
amor. Ese amor incomprendido. Su amor. Fue la última vez que los
vieron. Solo les dejaron esa foto.
ANIVERSARIO
No
había que perder ninguna ocasión para festejar. Ese era uno de los
principios de aquella familia. La forma de sentir la vida de sus
integrantes. Y lo ejercian en cada oportunidad que se les presentaba.
Cumpleaños, casamientos, bautismos, confirmaciones, aniversarios
eran una fiesta. Por eso todos acordaron organizar las bodas de plata
de Elvira y Ernesto.
Veinticinco
años de casados no es poca cosa. Sobre todos para quienes se habían
tomado su tiempo en abandonar la soltería. El día que se
dispusieron a dar el sí en la ceremonia civil y en la religiosa,
como correspondía al mandato familiar, Ernesto estaba a punto de
cumplir los 35 años y Elvira estrenaba los 31.
Ellos
tuvieron un matrimonio feliz . Y construyeron una gran familia sin
perder demasiado tiempo. En poco más de tres años nacieron Susana,
Inés, y por último Santiago, el varón que buscaban. Después
“cerraron la fábrica”, como contaba la abuela Adela.
Igual
que a otros que les tocó vivir en la Argentina de aquella época,
Elvira y Ernesto tuvieron altibajos por las inestabilidades
económicas y políticas que se sucedieron entre gobiernos
democráticos y dictaduras militares. También atravesaron algunas
tormentas matrimoniales, que capearon con comprensión y buena
voluntad para evitar el naufragio.
Lo
que nadie sabía era que ellos guardaban un secreto, vaya a saber por
qué. Todos creían que se habían conocido en un trabajo que
ocasionalmente compartieron. Pero en realidad ese fue su reencuentro.
Cuando eran adolescentes, el tenía 16 y ella 12, habían mantenido
durante casi un año un romance tan fogoso como sus cortas edades se
los permitió. Sus encuentros secretos eran en una plaza con la
particularidad de tener una zona algo selvática. Y ahí era donde,
tirados en el pasto, desataban sus jóvenes pasiones.
A lo
largo del tiempo, ellos siempre mencionaban aquella plaza con
picardía y hasta invitaban a que la conocieran. Y nadie entendía
bien el por qué de tal insistencia. Cuando sus tres hijos les
propusieron hacer una gran fiesta para festejar como correspondía
las bodas de plata, aceptaron gustosos. Pero pusieron como condición
que del souvenir se encargarían ellos.
El
día del aniversario todos cumplieron con la premisa familiar. Fue un
festejo a lo grande y con todos los ingredientes necesarios, tanto
gastronómicos como musicales. Susana, Inés y Santiago, quienes se
habían casado jóvenes y ya les habían dado nietos, les reglaron a
sus padres un viaje por todo el sur de la Argentina. Para que tengan
su segunda luna de miel, les dijeron entre besos y abrazos. A la hora
de la despedida Elvira y Ernesto repartieron su souvenir a los
invitados. Era una foto reciente de ellos que se habían sacado
sentados en el pasto de la plaza que invitaban a conocer.
Todos
se llevaron con gusto ese obsequio tan original y simpático, sin
saber que Elvira y Ernesto estaban compartiendo el secreto de cómo
comenzó su historia de amor.
La
noticia no tardó en llegar: un micro se desbarrancó en
una zona cordillerana de Neuquén. No hubo sobrevivientes.