25.5.18

TÉ NEGRO


Por María Yacobe

Esa mañana, como casi todas desde hacía tantos años, desayunó su té negro y las dos tostadas con mermelada de duraznos que solo cambiaba los domingos por la de frutillas, su preferida.

Podría decirse que su vida transcurría sin grandes emociones. Esto no la hacía ni más ni menos feliz. Se sentía conforme con su existencia.


Se consideraba una mujer ordenada, organizada y prolija. Su trabajo en la biblioteca así la requería o al menos eso pensaba ella.

Catalogar, clasificar, enumerar…

Si hasta era la encargada de ir sumando estanterías a medida que iban llegando los libros. Se sentía orgullosa de poder hacerlo.

Sellar, acomodar, archivar…

Los viernes sacaba alguna novela romántica que leía durante el fin de semana.

Había terminado de ajustar con esmero el último estante en lo más alto de la pared. Se avecinaba el fin de la jornada, se avecinaba el descanso reparador, otra noche monótona. Se avecinaba un vendaval.

Apilar, etiquetar, encasillar…

No vio la tormenta que se le venía encima. No pudo anticipar la llegada del viento arremolinado que entró por la ventana rompiendo vidrios y derribando hasta la última estantería sobre su cuerpo.

Nada cae del cielo, las cosas suceden por algo, así lo quiso el destino y si Dios quiere, eran sus frases de cabecera.