4.6.18

ADN


Por Carolina De Leo

Cuando tenía 7 años de edad, mi maestra me dice que me meta abajo del banco. Es un simulacro. A los 12 años, estoy de viaje de egresados en una travesía en las sierras de Tandil de noche. Hay linternas y risas. Hay un viento que peina los yuyos en la oscuridad, una voz me dice que así se imagina Malvinas. Estamos sentadas en una piedra y esa voz humedece la tierra patria, se estremece la piel aunque el frío, el viento y la humedad ni se asoma a la vivencia de los pozos de zorro, sí es de a dos. Desde esa voz, por esa voz también hablo, y porque a mí también, como a tantos, Julio me enseñó a leer y a escribir.

Dónde anda la verdad, por qué se escabulle, se agazapa. Julio no se escapó, acudió dónde se lo convocó, con dignidad dio la cara, el cuerpo y el alma.

Dejaba su semilla. Iba al frente. Hasta el último día estuvo en el frente. Cuando ya no estaba lo buscaron y lo encontraron en la dignidad de la búsqueda que aún hoy nos habita. Qué vamos a encontrar los que buscamos. Ojalá esa misma dignidad.

Qué dice la sangre derramada. Qué causa habita en los que aún estamos.

La guerra hasta la muerte por una causa justa que se traduce en causa amor verdad que entrega sangre gota.

Una lluvia misil destruye la vida. Un maestro sabe que no sabe.

Los soldados no saben que hubo rendición. No les avisaron, los mercenarios no avisan, se esconden, entonces quedaron más a la merced de sus asesinatos de guerra.

Un hermano se encuentra.

El milagro se vuelve canción del Nano, el quinto mes pesa en un vientre.

Una bomba explota en la vida de todos los argentinos y argentinas, algunos no se enteran, se distraen.

Un padre se arrodilla ante el gol a los ingleses. Una hija se vuelve vida.

Un pueblo se silencia, sin medios, los hipócritas odian y colonizan igual que los imperios. Todos somos víctimas y responsables del silencio...

La búsqueda vuelve, las versiones se creen y descreen, no sabemos qué opinar de ni qué decir ante el frío, la sed, el hambre, el horror y la muerte. Tantas veces y como por primera vez, cada vez escuché, escuchamos unos pocos, las historias cerca del pino que plantó.

Si quieren venir que vengan, ¿y quién quiere ir? Pongamos que la guerra fue en el 82. Pongamos la vida en la hermandad. Pongamos que no se puede opinar, que es delicado y muy íntimo. Pongamos más bien que es cobarde distraerse, que es responsabilidad de todos.

Queremos el ADN. De Amor, de Don, de Nación. No se coloniza la sangre. Hubo por lo menos un inglés que lo supo, cuántos más quizás disfrazados de enemigos. ¿Disfraz? Disfraz de la historia... que se repite, que no queremos que se repita nunca más.

Muchos argentinos nos enteramos. Todos esperamos rozar la verdad. Rozar al maestro y su verdad. Será en junio, el cuatro, cuatro hermanos, será en Julio la dignidad. Ahí ganamos. Ganamos con el soldado que no solo fue conocido por Dios. Lo conocieron jugando con los chicos en el barrio, y en otros barrios alfabetizando entre el barro. Lo conoció la hermandad, en su casa de La Tablada, en las calles cerca de Crovara, sus compañeros de antes y los de después en el Regimiento N°3. Lo conoció una mujer Clara. Lo conoció la Plaza de Mayo el 30 de marzo ya aguerrido, guerra y herida antes, como docente, manifestándose contra el gobierno militar. Lo conoció un primer destino en Puerto Argentino y un último destino en Monte Longdon. Lo conocimos todos porque su madre llevó su nombre a las escuelas, las plazas, las bibliotecas, a los lugares donde hubiera deseado seguir estando, y está. Lo conocimos pintado de colores en murales, en una estación de tren y en las calles de tierra y asfalto de nuevo.

Lo conocimos todos en una carta a sus alumnos de 3ro. B y se desconoció por inconveniente lo que antecede y sucede a esas letras más famosas que nombran a un cóndor inmenso y al país de los cuentos cerca de Malvinas. Sabía que hay que cuidar lo que se le dice a los niños y a los viejos, sabía que los grandes no claudican.

La lucidez a esa edad y en ese terreno, con esos zumbidos que ensordecen, ante la amenaza inminente, impredecible, con un mate cocido mezclado con cal de albañil, un poco de cemento, y nada de azúcar en la panza, es un don sí del Dios al que se aferró en el sueño de volver.

Temblamos nosotros también. Nos ilumine el fuego y más su luz, nos encuentre enteros o a pedazos, nos encuentre hermanos. Queremos saber que descansa en paz, para descansar en la paz y recuperar lo que es nuestro, lo que nadie nos puede quitar. En paz, por la paz, después de 36 años seguimos buscando lo que buscó, vencer la ignorancia que nos hace esclavos, en su nombre propio: JULIO RUBÉN CAO.