Por Raúl Barros
Gracias a los
servicios de una hermosa mujer que me duplica la edad, me nombraron
fotógrafo de la revista Hula Hula. Me informaron que tendría un
salario superior al que tengo ahora.
Según mi amigo Jorge que es
reportero, es un trabajo que despierta envidias porque vamos a estar
rodeados de mujeres hermosas en pleno ascenso profesional y de rebote
recibiríamos caricias y mimos a más no poder. Así que acepté el
cargo y me incorporé a mi nuevo trabajo, justo cuando cumplí 25
años.
Ahora que estoy aquí
me doy cuenta de que todo lo que creía no era ni fácil ni
agradable. No basta con hacer clic en cualquier momento. Hay que
estar dispuesto a entrar en acción justo cuando las circunstancias
lo requieran. No es lo mismo sacar una foto a una modelo o a una
actriz que exige solvencia para resaltar su belleza que fotografiar
con precisión y en diferentes posiciones con el cuerpo desnudo, con
la cabeza destrozada por los golpes y la sangre derramada de una
joven mujer que yace inmóvil en el piso.
Además corremos
riesgos muy grandes cuando estamos inmersos en actos violentos como
en aquella tarde que fuimos a cubrir una casa incendiada en Villa
Luro por delincuentes que escapaban por las terrazas disparando sus
armas al voleo. Una de las balas rozó mi oreja izquierda. Indignado,
me sumé yo también a la persecución. Todavía recuerdo de qué
manera fueron abatidos los delincuentes. En otro robo una bala
también rozó mi oreja, esta vez la derecha. Muchos dicen, bueno, te
tocó una mala, pero cuando fotografiaron a las vedetes la pasaron de
maravilla, y no es así. A veces trabajamos de madrugada, sin dormir,
porque la “estrella” se muestra con una nueva pareja y tenemos
que ser los primeros en dar la noticia y hacer varias veces clic en
medio de los insultos, la arrogancia y el desprecio de la actriz que
dice, éste fotógrafo no me gusta, Marcelito saca unas fotos
divinas. O que te dicen no me relojees tanto que a mí me gusta mi
jefe, chitrulo.
¡Qué depresión!
Por suerte apareció mi vieja y me di cuenta de que ella tenía
razón cuando me decía: tenés un buen trabajo, para qué seguís en
se ambiente malsano que no te deja descansar, estás ojeroso,
demacrado seguramente porque te persiguen algunas locas. Yo te quiero
presentar a la Rosita, que es una gordita linda, con unos cachetes
coloraditos que son divinos. Con ella te podés arreglar lo más
bien.
Necesito paz y
sosiego y por eso volveré, si es que me aceptan de nuevo, al circo.
Allí me desempeñaba como bailarín y equilibrista, pero lo que más
placer me daba era luchar con Nahuel, el oso del circo con quien
tenía una relación de amistad y cariño. Mi tarea era ponerlo de
espaldas en el suelo y ganar la pelea cosa que él aceptaba. Pero a
veces Nahuel se enojaba y me tiraba zarpazos en la espalda que me
provocaban muchos rasguños. Con qué placer volvería al café de la
esquina con los muchachos de la barra para decirles que esos rasguños
que ven me los provocaban las mujeres que, enloquecidas por mis besos
y caricias, perdían totalmente el control y me rasguñaban como
fieras enloquecidas. Y ver esos semblantes incrédulos, risueños,
curiosos que asentían con entusiasmo y también con un dejo de
envidia. Nahuel, si Dios quiere nos volveremos a encontrar. Te
extraño, amigo.