8.8.18

A TRAVÉS DE UNA PARED


Por Raúl Barros

     No estábamos lejos del centro de la ciudad, pero en aquél suburbio ya no podíamos más. Las callejuelas empedradas con sus desnivele y asimetrías nos provocaban un cansancio más extremo aún. Sobre todo a mí, que volaba de fiebre y creo que deliraba. Fue Daniel el que llegó hasta la puerta desvencijada de aquel hotelucho, no diría miserable, pero sí desolador.
  
     Un hombre encorvado asentía y nos dijo que podíamos pasar porque quedaba una pieza libre con tres catres, justo para nosotros. Yo tomé uno y lo apoyé contra una pared por más seguridad y para apoyar la espalda sobre ella. Me dormí profundamente, pero siendo las dos de la madrugada me desperté sobresaltado porque sentí unos ruidos extraños que atravesaban esa pared. Escuché risas de mujer. Debía ser hermosa porque por su voz cantarina y deliciosa no podía ser de otra. Un hombre también reía. Me pareció tosco y vulgar, de voz aguardentosa. Pensé que ambos se hacían cosquillas y se daban besos ruidosos. La voz de la mujer me pareció por un momento familiar y me preguntaba quién sería. Apoyé el oído en la pared, y entonces escuché claramente que el hombre preguntó cuál sería el precio de esa tarea que ambos acordaron. Seré toda tuya, dijo la mujer. ¿Entonces hay que matar al celoso? Sí, por favor, cuanto antes. El cadáver del hombre asesinado apareció no lejos de allí. Entre todos los curiosos asomé la cabeza y miré con atención. Quedé estupefacto, ¡Alejandra!