14.11.18

VIAJE CELESTE

Por Rosario Rivarola

   Corro la cortina de la ventana y veo que se acerca él, con movimientos lentos, parece pensar que dirá.
   Voy a la puerta para sorprenderlo, abro rápido y le pregunto, pero su sombra se abalanza sobre mí. Me asusto y le digo: la telaraña te cubre el rostro, esa telaraña de un sueño profundo del que nunca querés despertar... No me contesta.
   Yo recuerdo como eran nuestros encuentros de amor; subíamos y bajábamos al unísono, nos flexionábamos apareados, ardíamos navegando en jugos, suaves, intensos, salados. Artífices de ese juego que solo habíamos aprendido con solo mirarnos para desgranarnos eternamente y reconstruirnos con potencia... Así era la mirada de Salvador, siempre estaba ahí, aunque el físicamente no estuviera y aún hoy la siento.
   Algunas noches me corría un frío por mi cuerpo y caminaba la casa esperando lo antinatural.
   Pero esa noche estaba diferente, dibujó los signos correspondientes en el suelo, se sentó a la vera de ellos y dijo: “será la última vez, ¿me acompañás?”. Preguntó, sabía lo que decía y no pude menos que decirle; “por supuesto”. La adrenalina de lo vendría era irresistible.
   Y así de la mano de Salvador me ví volar en un viaje astral suspendidos, eternos en el cielo, su mirada sigue estando, pero él se perdió.