27.12.16

HIJA DE DON RAYA



Por Carolina De Leo

Les voy a contar lo que recuerdo de ella, más o menos fielmente, a mí, a ella, y al recuerdo. Ella ya no va a contrargumentar, ni dios lo permita. Hago lo que puedo, como hizo ella, cuando pudo.

Sepan de entrada que les estoy haciendo el cuento. Después de todo si no se sabe bien cómo fueron las cosas se puede inventar, eso hacen muchos periodistas… eso mismo se la pasaba haciendo ella. Ahora que lo pienso, le hubiera venido bien esa profesión. Igual profesiones le sobraron, pregonó muchas a lo largo de su vida, incluso algunas ejerció ilegalmente. Trabajó poco pero de todo, hasta haciendo limpieza. La escuché decirse médica, enfermera, psicóloga, tarotista, masajista, profesora de danzas, peluquera, manicura. La lista continúa pero mejor la dejo acá porque corro el riesgo de aburrir. Agrego una más, porque es divertida, aunque no sabría qué nombre tiene la profesión, digamos que exploró el arte de leer la borra de café y que semejante destreza merecía mención.

Era de esas personas que se las saben todas. Si la escuchabas de refilón parecía que sabía en serio. Dependiendo de las circunstancias aparentaba ser una dama de clase alta. Por ejemplo cuando hablaba de su quinta de San Justo o se referenciaba en lo mejorcito del país en los rubros más diversos anunciando que no tenía problemas económicos.

Cuando hablaba nunca se sabía dónde iba a ir a parar la historia que estaba contando. Algo parecido me pasa a mí ahora. Ella mandaba al hilo y sin hilván una frase en guaraní con una de Juan Gelman. Era una gran oradora y mejor bailarina. Un lujo moviendo el pañuelo en una zamba o acariciando el suelo con el taco en un tango.

Le gustaba regalar, esa costumbre la heredé de ella. Se le daba por entregar pergaminos a quien quiera ser que la recibía y atendía en alguna dependencia institucional, y parecía ser que el galardón lo recibía más ella que el homenajeado. Estaba a la vanguardia en la compra de objetos novedosos, por ejemplo las tarjetas musicales que eran unas que en esa época emitían un sonido horrible cuando las abrías.

Hacía culto de la amistad, incluso circunstancial… alguien que se encontraba en el colectivo podía amanecer en su casa si necesitaba charla, consuelo o cobijo. Eso también lo heredé aunque con matices, sobre todo porque mis amigos son perennes. 

Siempre repetía frases, tipo slogans… Que hay que poner la cabeza en funcionamiento antes que la lengua en movimiento... Que los machos se acabaron desde que se inventó la pólvora… Que cuando vos vas, ella fue y vino varias veces… Que tenía un punto más que el diablo… Que la historia no se hizo de cobardes...Que era hija de Don Raya… De chica no entendía sus “refranes”, eran enigmas que me pellizcaban la razón, sobre todo lo de Don Raya. De grande, y a los ponchazos, como también decía ella, pude figurarme la raya que tenía que poner cuando llenaba algún formulario. 

En definitiva estaba rayada. A veces podía parecer una loca linda e inofensiva, pero andá a que la hija de don raya te toque de madre, andá nomás. Nomás saldrá de raya, invento que borra la identidad para jugar un rato. A mí me da orgullo ser hija del don que soy, capaz simplemente ahí esté la diferencia que me la paso buscando. Dónde, en el nombre del padre, de qué teoría hablan si es la vida. Como dijo el trovador cubano, vengo de una esperma quemante. La encendió ella. A eso uno no puede más que deberle gratitud y no arrepentimiento.

Antes de morir enmudeció un año y medio... Y entonces nos preguntamos nuevamente por el funcionamiento de su mente, cuando no sólo su lengua sino su cuerpo todo perdió movimiento.

A los que no la conocieron, les dije al principio que les estaba haciendo el cuento... Los que me conocen sabrán que esto también lo heredé de ella.