18.11.17

HISTORIAS DE LA VIDA


Por Héctor Corti



La foto encontrada por casualidad invita a imaginar, a descubrir, a recrear. ¿Cuántos años pasaron de aquel día? Treinta, cuarenta, cincuenta. ¿Interesa el tiempo? Definitivamente, no. Importa que están ellos. Son los protagonistas de una historia íntima. Desconocida para todos. Historia que quedó expuesta. Que se congeló en una imagen, pero sin impedir que fluyera. Que trascendiera. Como todo en la vida. Porque en definitiva, de eso se trata. De vivir las historias de la vida.



TIEMPO DE AMOR



Aquella tarde, cuando sus corazones estaban unidos solo a la distancia, sintieron que los segundos transcurrían con lentitud. La decisión estaba tomada. Íntimamente confiaban que sería así. Rompiendo con los prejuicios. Derribando cada una de las barreras que les pusieron en el camino. Vamos a ser audaces y valientes, se dijeron. Se prometieron. Se juraron. Contra todo y contra todos.


Ella planchó con prolijidad el impecable vestido blanco que había elegido para la ocasión. Lo colgó con delicadeza en la percha. Tomó un baño. La esponja acarició con suavidad cada parte de su cuerpo. Aumentando sus deseos. Se secó el pelo y lo peinó como tantas veces había ensayado. Se maquilló con colores suaves. Apenas una sombra celeste en los párpados, polvo en las mejillas y un rojo apagado en los labios. Se colocó unas gotas de perfume detrás de las orejas y en las muñecas. Se vistió. Se puso el sombrero y salió. Decidida.


Él fue a la peluquería. Lo afeitaron y emprolijaron el escaso cabello. En su casa la ropa ya estaba preparada del día anterior. Se vistió despacio. Cuidando todos los detalles. Camisa blanca. Traje cruzado marrón. Corbata beige claro con un nudo corazón mediano. Pañuelo al tono en el bolsillo superior del saco. Zapatos marrones. Se miró al espejo y revisó que todo estuviera impecable. Abrió la puerta y salió. Decidido.


Ella tomó un taxi. Él caminó las pocas cuadras que había hasta el lugar de la cita. Llegaron casi al mismo tiempo. Unos minutos adelantados de la hora establecida. Necesitados de despejar la última duda. De que no existiera una vuelta atrás. Se encontraron. Se abrazaron. Se besaron largo y profundo. Ante la mirada de todos. Sin prejuicios. Sin importarles el que dirán. Enamorados. Se tomaron de la mano y caminaron hasta la plaza. Se sentaron en el pasto como si fueran adolescentes. Se rieron nerviosos, como dos principiantes inexpertos dispuestos a una travesura. Ella sacó una cámara de fotos. Él le pidió a una persona que les hiciera la toma.


Les decían que ya estaban grandes para enamorarse. Pero ellos se sentian jóvenes. No les importaba que él fuera jubilado y ni que ella acabara de retirarse como maestra. Habían transitado un largo trecho de sus vidas. Y ahora estaban dispuestos a seguir caminando juntos. Aunque no los comprendieran. Pese al rechazo de sus familias. Al maltrato sufrido que los obligó a esconderse. A la guerra sin sentido que les iniciaron. Y de la que no querían ni estaban dispuestos a afrontar.


Decididos, se subieron al tren y partieron. Se fueron con sus corazones unidos y sus cuerpos muy apretados. Los esperaba un lugar que ellos solo sabian. Elegido para sellar el compromiso. Y acogedor para vivir el amor. Ese amor incomprendido. Su amor. Fue la última vez que los vieron. Solo les dejaron esa foto.



ANIVERSARIO



No había que perder ninguna ocasión para festejar. Ese era uno de los principios de aquella familia. La forma de sentir la vida de sus integrantes. Y lo ejercian en cada oportunidad que se les presentaba. Cumpleaños, casamientos, bautismos, confirmaciones, aniversarios eran una fiesta. Por eso todos acordaron organizar las bodas de plata de Elvira y Ernesto.


Veinticinco años de casados no es poca cosa. Sobre todos para quienes se habían tomado su tiempo en abandonar la soltería. El día que se dispusieron a dar el sí en la ceremonia civil y en la religiosa, como correspondía al mandato familiar, Ernesto estaba a punto de cumplir los 35 años y Elvira estrenaba los 31.


Ellos tuvieron un matrimonio feliz . Y construyeron una gran familia sin perder demasiado tiempo. En poco más de tres años nacieron Susana, Inés, y por último Santiago, el varón que buscaban. Después “cerraron la fábrica”, como contaba la abuela Adela.


Igual que a otros que les tocó vivir en la Argentina de aquella época, Elvira y Ernesto tuvieron altibajos por las inestabilidades económicas y políticas que se sucedieron entre gobiernos democráticos y dictaduras militares. También atravesaron algunas tormentas matrimoniales, que capearon con comprensión y buena voluntad para evitar el naufragio.


Lo que nadie sabía era que ellos guardaban un secreto, vaya a saber por qué. Todos creían que se habían conocido en un trabajo que ocasionalmente compartieron. Pero en realidad ese fue su reencuentro. Cuando eran adolescentes, el tenía 16 y ella 12, habían mantenido durante casi un año un romance tan fogoso como sus cortas edades se los permitió. Sus encuentros secretos eran en una plaza con la particularidad de tener una zona algo selvática. Y ahí era donde, tirados en el pasto, desataban sus jóvenes pasiones.


A lo largo del tiempo, ellos siempre mencionaban aquella plaza con picardía y hasta invitaban a que la conocieran. Y nadie entendía bien el por qué de tal insistencia. Cuando sus tres hijos les propusieron hacer una gran fiesta para festejar como correspondía las bodas de plata, aceptaron gustosos. Pero pusieron como condición que del souvenir se encargarían ellos.


El día del aniversario todos cumplieron con la premisa familiar. Fue un festejo a lo grande y con todos los ingredientes necesarios, tanto gastronómicos como musicales. Susana, Inés y Santiago, quienes se habían casado jóvenes y ya les habían dado nietos, les reglaron a sus padres un viaje por todo el sur de la Argentina. Para que tengan su segunda luna de miel, les dijeron entre besos y abrazos. A la hora de la despedida Elvira y Ernesto repartieron su souvenir a los invitados. Era una foto reciente de ellos que se habían sacado sentados en el pasto de la plaza que invitaban a conocer.


Todos se llevaron con gusto ese obsequio tan original y simpático, sin saber que Elvira y Ernesto estaban compartiendo el secreto de cómo comenzó su historia de amor.


La noticia no tardó en llegar: un micro se desbarrancó en una zona cordillerana de Neuquén. No hubo sobrevivientes.