Por María Yacobe
Ya no soy el mismo, el que era.
No preparo mi alimento ni me llevo de paseo por el parque.
Me dejé crecer una barba sucia y desprolija y ando despeinado.
Traslado mi cuerpo quebrado y maltrecho del sillón a la cama y de la cama al sillón.
Olvidé los detalles.
Dejé de pedir mi postre favorito.
Solo me ofrezco vino y del malo.
Me he vuelto un hombre gris, sombrío, sin fe.
La bronca y el resentimiento le ganaron a mi deseo.
Debí advertir el final.
Debí ver, debí observar, debí actuar, debí hablar, debí callar, debí escuchar…
Tanto deber me agobió y me convirtió en esta piedra.
El sentimiento se me fue apagando.
Ya ni penas nuevas tengo. Me cansé de mí.
No me saludo más: ni "buenos días", ni "buenas tardes", ni "buenas noches".
Yo también me hubiera separado de esto que soy.
Yo también me hubiera dejado solo.