7.11.18

¿ADENTRO O AFUERA?

Por Julia Azul


   Tomar aquella decisión le había llevado días, casi una semana. Nada sería igual luego de esa conversación, deseada y temida a la vez. Concretarla lo hizo sentir inesperadamente mejor: un peso abrumador había desaparecido. O casi…
   Temprano envió un perentorio mensaje, deseoso de avanzar en su resolución; la respuesta del otro –inmediata– preguntando por qué la urgencia. Explicó que el tema requería un diálogo cara a cara.
   Mientras el día transcurría, la ansiedad invadía más y más espacio en su mente y en su piel. Hizo las compras, participó de una clase de yoga, conversó con el jardinero que le podaba los rosales.
   Otro mensaje le advirtió la inminente llegada. 
  Cuando por fin sonó el timbre, caminó hacia la puerta tenso, tragando saliva y respirando hondo.
   Lo saludaron desde la vereda las luces giratorias de un patrullero y un camión de bomberos. 
  El agente le dijo: 
   ―¡Recién se escapó y anda por acá, vamos a evacuar toda la cuadra hasta encontrarlo. Salga rápido!―
   El asombro lo paralizó. Sorprendido y asustado, trató de pensar qué hacer: sacar a la gata y cerrar las puertas; buscar un abrigo y documentos.
   Ya vuelvo, dijo, mientras retrocedía para cerrar las celosías. 
   Fue entonces cuando lo vio en el patio, apenas cruzando la puerta. Como si fuera habitual, comía tranquilamente del plato de su gatita. Era grande como un pony, las patas terminadas en amenazadoras garras, la bellísima piel brillante, a rayas doradas y negras. Los músculos marcados bajo el pelaje. Sin duda era un animal joven. 
   Cuando terminó la ínfima ración ajena, limpió el plato con la gran lengua rosada y empezó a lamer un charco en el piso. Enseguida, igual que lo hacia su mascota, comenzó a lavarse la cara con sus patotas. 
   Desde afuera gritaron reclamándole que saliera. El tigre también escuchó el grito y girando la cabeza lo vio. Se miraron. Los ojos, verde intenso, mostraban la misma sorpresa que los suyos. Con toda la suavidad de que fue capaz, comenzó a cerrar lentamente los postigos metálicos sin desviar la mirada. 
   Algo lo impulsó a no delatarlo. Sin mirar atrás, salio rápidamente: mudo, sin palabras.