21.9.19

AMA DE CASA


Por Julia Azul

     ¿Nombre y apellido? Natividad Bogado Villalba. La funcionaria la miró por encima de los lentes, sin mover apenas la cabeza.
     ¿Nacionalidad?: Argentina. Nueva mirada por sobre el armazón.
     ¿Edad? Veintinueve años.
     ¿Ocupación? Ama de casa.
     Espere allá, la llaman por apellido.
     Natividad odiaba hacer trámites y éste en particular la ponía del peor humor. Buscar trabajo era un trabajo y era horrible. La actitud de la mujer dudando de su nacionalidad, evaluándola desde el prejuicio no mejoraba la situación. Desde muy chica se había sentido incómoda con su nombre, sentía que le quedaba grande como el buzo que le prestaba su hermano. Ella siempre había sido muy menudita, delgada y bajita, parecía tener menos edad. Su mamá había venido adolescente del Uruguay; su padre, colombiano de nacimiento, había vivido aquí toda su vida. Ellos habían resuelto sellar su unión con ese doble apellido que los comprometía más que la libreta o la bendición.
     Se habían conocido trabajando en un lavadero. Ella atendía el mostrador, él mantenía los lavarropas en funcionamiento, limpiando los filtros y cambiando correas cuando hacía falta. Desde que la invito al cine, hasta que nació Marcos, sólo pasaron quince meses. Al año siguiente nació ella y se mudaron a un ranchito en un extremo de la villa. Siguieron dos hermanos más: Agustín y Lisandro.
     Nunca, hasta ahora, había trabajado por un sueldo: única hija mujer, compartió desde muy chica las tareas domésticas con la madre. Los varones también ayudaban algo, pero sin sentirse obligados. Después de la escuela, se hacía cargo de los hermanos más chicos, de prepararles la merienda o la cena. Hacía de todo: lavaba, hacia la compra, baldeaba el patio, y hasta asistía a las reuniones citadas por la maestra. Cuando termino la secundaria, no pensó en seguir estudiando, disfrutaba quedarse en casa; le encantaba cocinar por ejemplo. Había aprendido de su madre, pero creaba sus propias recetas, mezclando y condimentando con buenos resultados. También le gustaba especialmente barrer el pequeño patio de tierra, regarlo un poco, cuidar las macetitas con romero, albahaca, perejil. Siempre que podía, conseguía algunas flores para poner en el centro de la mesa. Le gustaba leer novelas y también cantaba en el coro de la escuela.
     Un día cualquiera, la madre fue al hospital tosiendo muy feo. Tuberculosis, dijo el médico. Quedo internada, pero sin visita, en cuarentena dijeron. Parecía una niña dormida. Cuando pudieron visitarla, ya no era ella. Pálida y resumida, sólo podía mirarlos, hablar le consumía toda la fuerza. Los químicos, las pelusas habían desgastado sus pulmones. No volvería al lavadero.
     Ahora la situación se había complicado: poco trabajo, poca comida en la mesa, la madre recuperándose muy despacio. Una noche conversaron en voz baja, mateando en la cocina. El padre con voz temblorosa les pidió perdón: vos y tu hermano son fuertes, van a conseguir algo pronto.
     ¡Bogado Villalba! Escuchó gritar su nombre y salió del ensimismamiento para acercarse al mostrador: ¿qué tipo de trabajo busca? preguntó la empleada
     Ama de casa dijo con una sonrisa.