Por María Yacobe
En el principio, en
el origen, desde la nada, desde esa nada que motiva un agua, una
larva y una piedra conversaron de lo que iba a ser la vida. Así le
dijo doña Catalina, de 89 años, a su nieto, cuando el chiquito le
preguntó: ¿quién vivió antes que vos, abu?
Con los ojos
grandes, Juan seguía con su mirada las manos de Catalina que se
movían coma la historia que contaba que siguió así:
Juan y Ana. Así se
llamaban o al menos así los habían anotado cuando llegaron al
puerto desde la Suiza alemana. Juan y Ana, agricultores.
Veinte años él.
Un par menos ella. Los dos de mirada azul profunda. Con nada
llegaron. Con nada más que la promesa de un mañana venturoso y la
esperanza de dejar atrás un presente de hambruna y peste.
Un puñado de
semillas, una vaca y una parcela de tierra, fue lo que recibieron en
este lugar del mundo nuevo. Y un mundo nuevo construyeron y una
familia con los diez hijos que les mandó su Dios.
Él, el de las
manos curtidas, el rostro ajado, la espalda cansada, sin ninguna
queja. Nunca. Ni aún en los tiempos de “la seca” cuando nada
crecía salvo la desazón.
Ella, pariendo una
vez al año, amasando el pan, cuidando de su prole.
Y la música.
Siempre el acordeón. La música de sus orígenes ensamblada con la
del litoral, con la guaraní.
Y los bailes en los
patios de tierra con sus paisanos.
Porque el amor era
en la música y en el baile. En el surco de la tierra y en el pan. Y
era el amor en los rostros de los hijos.
"En el
principio, en el origen, desde la nada que motiva un agua, una larva
y una piedra conversaron de lo que iba a ser la vida"
Así me dijo mi
abuelo Juan cuando le pregunté: ¿quién vivió antes que vos,
abuelo?