Por Enrique Merelli
-Que avión ruidoso-
dice para sí mismo el buffetero, un muchacho desarrapado que no viste delantal nuevo
desde que enganchó el trabajo.- Cuando lo pone en marcha casi no se puede pensar. Lo
vuela desde hace 30 años y más de una vez lo estrelló y lo tuvo
que desenterrar y juntar
los pedazos, pero “dale que va”, en un tiempito ya lo tiene
arreglado y ¡otra vez sopa! En
cualquier momento largo el buffet del aeroclub y me pongo un puestito para vender pines al
lado de la tortuga Manuelita.-
Más allá del
buffet, tres siluetas se recortan a un costado de la pista.
-Don Jorge, ese
control es recontra viejo-.
-Si pibe. Lo tengo
desde más o menos tu edad. El tuyo es “remoderno” ¿Son fáciles
de volar estos
drones?-.
-Maso- le dice,
mientras mira de reojo a Manuel, que se dio cuenta y soltó una risa
cínica.
Don Jorge llenaba el
minúsculo tanquecito del avión, mientras Marcos le daba charla.
Hacía como 5
minutos que hablaban de las ventajas o desventajas del combustible
líquido o los motores eléctricos.
–Me voy a pedir
una coca al buffet, ¿queres algo?– mandó Manuel, con la única
intención de hacerle notar
que, de una vez por todas, tenía que sacarle la data que
necesitaban.
Mientras tanto, el
buffetero, según el estereotipo de una locura incipiente, seguía
hablando solo.
-Los pibes del dron
consumen poco, un par de gaseosas y nada más. Aeromodelistas eran los de antes, toda
gente bien. Entre vuelo y vuelo una picadita con cerveza o unas
empanaditas con vino
tinto, del bueno. Y cuando venían varios a mostrarse sus aviones, como en un concurso
de quien la tiene más grande, hasta se comían un asado que se
estiraba hasta la
tarde, tarde.Ya te llevo la coca, pibe, y la puta que te parió.
-La última pintura
no me quedó bien, se notan las pinceladas- pensaba Don Jorge.- De viejo estoy
perdiendo la paciencia. Si yo sé que es mejor darle con aerógrafo,
que te lo deja parejito. Me
parece que el timón de cola está un poco duro, esta noche, en casa, reviso los servos.
-Estos drones son
una masa Don Jorge y los controles re suaves- decía Marcos,
siguiendo con la perorata que
decoraba su intención.
-Qué bueno- le
respondió como si no lo hubiera escuchado. Estaba remetido en
controlar cada parte de su
avión, antes de largarlo al aire.
Marcos hablaba y
dudaba -¿Y si le pregunto ahora? ¿Me dirá? – y se largó, como
por uno de esos toboganes de
agua que pululan en la costa.
-¿En qué
frecuencia está volando? -.
-72mhz–dijo Don
Jorge. Estaba tan concentrado que, creo, no supo ni de la pregunta,
ni de su respuesta.
El teléfono vibró,
en el bolsillo del jean de Manuel, cuando le estaba pegando el primer sorbo a la coca.
“72mhz”, pudo leer en el escueto mensaje.
-Voy hasta la
camioneta- gritó y esperó a ver el brazo en alto de su amigo antes
de salir para ese lado.
Tras los eternos
preparativos, Don Jorge, parecía haber llegado al final del su
“check list”.
-Bueno, todo bien,
¡Hora de volar un poco! Espero que los servos no fallen, el circuito
está purgado, cambie las
pilas del comando, lo dejo en la cabecera, lo pongo en marcha y a mostrarle a estos
pendejos que cosa es un piloto.
Con los últimos
ajustes giró la hélice y el motor se puso en marcha. Humo blanco,
un ruido ensordecedor, Jorge
tomó distancia y empezó a operar los controles.
-¡Espere un segundo
que aterrizo el dron para verlo despegar!- gritó Marcos, con fingido anhelo.
- Buen viaje don
Jorge- El hombre no responde, ya es uno con la máquina.
Manuel llegó a la
camioneta, jugando a recordar la frecuencia sin tener que mirar el teléfono.
-72mhz, 72mhz, 72mhz
¿dónde mierda tengo la llave?, 72mhz, 72mhz, acá está, no tengo que ponerlo en
marcha, con el contacto basta, 72mhz, 72mhz.
Mientras tanto el
buffetero seguía pensando en tácticas de supervivencia.
- ¿Comerán unos
panchos estos pibes antes de irse?, voy a tirar 4 a la panchera, si
no los comen me los lastro
yo, antes de salir para las casas.
Ruge el motor, el
pequeño avión comienza su carrera. Salta, casi hasta desmoronarse,
en la pista de pasto
corto. Acelera. Acelera. Finalmente deja la tierra y se eleva con
soltura, con elegancia. No
solo el pasto queda atrás, queda atrás ese trajinar torpe. ¡Vuela!
-¡Guau Don Jorge,
que despegue!, eso no lo hace mi dron.
-72mhz, 72mhz, ya le
puse el contacto, ahora prendo el transmisor, 72mhz.
-¡Viste lo que es
volar pendejo! Mirá como toma altura.
-72mhz, 72mhz,
ahora: ¡acción!
Esteban presiona un
botón y como por arte de magia el motor hace un ruido raro, el avioncito pierde el
control y empieza a caer en picada desde la altura. La interferencia
del transmisor fue letal
para un control sin salto automático de banda.
-¡Y eran 72mhz
nomas!!.... ¡como cae!
-¡Se cae Don
Jorge!
-¡La puta que lo
parió al control!
-Uhhhhh. ¿Dónde
dejé la pala?– alcanzó a de decir el buffetero.
Y el avioncito cae
como un misil, estrellándose, en la tierra blanda.