5.11.19

VUELA, VUELA

Por Enrique Merelli



     -Que avión ruidoso- dice para sí mismo el buffetero, un muchacho desarrapado que no viste delantal nuevo desde que enganchó el trabajo.- Cuando lo pone en marcha casi no se puede pensar. Lo vuela desde hace 30 años y más de una vez lo estrelló y lo tuvo que desenterrar y juntar los pedazos, pero “dale que va”, en un tiempito ya lo tiene arreglado y ¡otra vez sopa! En cualquier momento largo el buffet del aeroclub y me pongo un puestito para vender pines al lado de la tortuga Manuelita.-
Más allá del buffet, tres siluetas se recortan a un costado de la pista.
    -Don Jorge, ese control es recontra viejo-.
    -Si pibe. Lo tengo desde más o menos tu edad. El tuyo es “remoderno” ¿Son fáciles de volar estos drones?-.
    -Maso- le dice, mientras mira de reojo a Manuel, que se dio cuenta y soltó una risa cínica.
     Don Jorge llenaba el minúsculo tanquecito del avión, mientras Marcos le daba charla.
     Hacía como 5 minutos que hablaban de las ventajas o desventajas del combustible líquido o los motores eléctricos.
     –Me voy a pedir una coca al buffet, ¿queres algo?– mandó Manuel, con la única intención de hacerle notar que, de una vez por todas, tenía que sacarle la data que necesitaban.
Mientras tanto, el buffetero, según el estereotipo de una locura incipiente, seguía hablando solo.
     -Los pibes del dron consumen poco, un par de gaseosas y nada más. Aeromodelistas eran los de antes, toda gente bien. Entre vuelo y vuelo una picadita con cerveza o unas
empanaditas con vino tinto, del bueno. Y cuando venían varios a mostrarse sus aviones, como en un concurso de quien la tiene más grande, hasta se comían un asado que se
estiraba hasta la tarde, tarde.Ya te llevo la coca, pibe, y la puta que te parió.
    -La última pintura no me quedó bien, se notan las pinceladas- pensaba Don Jorge.- De viejo estoy perdiendo la paciencia. Si yo sé que es mejor darle con aerógrafo, que te lo deja parejito. Me parece que el timón de cola está un poco duro, esta noche, en casa, reviso los servos.
    -Estos drones son una masa Don Jorge y los controles re suaves- decía Marcos, siguiendo con la perorata que decoraba su intención.
    -Qué bueno- le respondió como si no lo hubiera escuchado. Estaba remetido en controlar cada parte de su avión, antes de largarlo al aire.
    Marcos hablaba y dudaba -¿Y si le pregunto ahora? ¿Me dirá? – y se largó, como por uno de esos toboganes de agua que pululan en la costa.
    -¿En qué frecuencia está volando? -.
   -72mhz–dijo Don Jorge. Estaba tan concentrado que, creo, no supo ni de la pregunta, ni de su respuesta.
    El teléfono vibró, en el bolsillo del jean de Manuel, cuando le estaba pegando el primer sorbo a la coca. “72mhz”, pudo leer en el escueto mensaje.
    -Voy hasta la camioneta- gritó y esperó a ver el brazo en alto de su amigo antes de salir para ese lado.
    Tras los eternos preparativos, Don Jorge, parecía haber llegado al final del su “check list”.
    -Bueno, todo bien, ¡Hora de volar un poco! Espero que los servos no fallen, el circuito está purgado, cambie las pilas del comando, lo dejo en la cabecera, lo pongo en marcha y a mostrarle a estos pendejos que cosa es un piloto.
    Con los últimos ajustes giró la hélice y el motor se puso en marcha. Humo blanco, un ruido ensordecedor, Jorge tomó distancia y empezó a operar los controles.
    -¡Espere un segundo que aterrizo el dron para verlo despegar!- gritó Marcos, con fingido anhelo.
    - Buen viaje don Jorge- El hombre no responde, ya es uno con la máquina.
    Manuel llegó a la camioneta, jugando a recordar la frecuencia sin tener que mirar el teléfono.
    -72mhz, 72mhz, 72mhz ¿dónde mierda tengo la llave?, 72mhz, 72mhz, acá está, no tengo que ponerlo en marcha, con el contacto basta, 72mhz, 72mhz.
    Mientras tanto el buffetero seguía pensando en tácticas de supervivencia.
    - ¿Comerán unos panchos estos pibes antes de irse?, voy a tirar 4 a la panchera, si no los comen me los lastro yo, antes de salir para las casas.
    Ruge el motor, el pequeño avión comienza su carrera. Salta, casi hasta desmoronarse, en la pista de pasto corto. Acelera. Acelera. Finalmente deja la tierra y se eleva con soltura, con elegancia. No solo el pasto queda atrás, queda atrás ese trajinar torpe. ¡Vuela!
    -¡Guau Don Jorge, que despegue!, eso no lo hace mi dron.
    -72mhz, 72mhz, ya le puse el contacto, ahora prendo el transmisor, 72mhz.
    -¡Viste lo que es volar pendejo! Mirá como toma altura.
    -72mhz, 72mhz, ahora: ¡acción!
    Esteban presiona un botón y como por arte de magia el motor hace un ruido raro, el avioncito pierde el control y empieza a caer en picada desde la altura. La interferencia del transmisor fue letal para un control sin salto automático de banda.
    -¡Y eran 72mhz nomas!!.... ¡como cae!
    -¡Se cae Don Jorge!
    -¡La puta que lo parió al control!
    -Uhhhhh. ¿Dónde dejé la pala?– alcanzó a de decir el buffetero.
    Y el avioncito cae como un misil, estrellándose, en la tierra blanda.