¡Oh París! Cuando René Cascallares llegó allí por primera vez, sintió que cumplió un sueño por largo tiempo postergado. Y lo embargó una enorme felicidad.
Se alojó con su esposa en un confortable hotelito en un lugar llamado el Portal de Versailles. Allí, lo primero que le llamó la atención fue el tránsito de la avenida principal donde se mezclaban las motos, los autos, los patines, las bicicletas y hasta los monopatines.
Al día siguiente de haber arribado, comenzaron a recorrer el lugar hasta llegar a una esquina en la que había unas torres de amplios departamentos, con negocios boutique, una arboleda deliciosa y amplísimas veredas. Enfrente, un aeródromo militar y más al norte la Catedral de Notre Dame. El conjunto era de una belleza extraordinaria. Fue entonces que René se sintió sorprendido porque le pareció que conocía ese sitio. Tuvo la sensación de haber transitado alguna vez por ese lugar. Le era muy familiar. Hizo un esfuerzo para entender qué le estaba pasando y se acordó de ese chiquito de 3 años que se despertó muchas polémicas porque se decía que sin vivir en Francia hablaba perfectamente el francés, y la interpretación de ese fenómeno sólo podría explicarse por la existencia de una vida anterior. Quedó conmovido por el recuerdo. Las vidas pasadas, la reencarnación de las almas, la vida eterna: todo era posible.
Este pensamiento lo había torturado durante mucho tiempo. No hacía mucho, había realizado un curso dictado por médicos sobre hipnosis para profesionales del arte de curar que lo fascinó. Llevaron a un anciano a diversas etapas de su vida bajo hipnosis y cuando le dijeron que estaba por nacer se puso en posición fetal. Alguien preguntó si se lo podía llevar antes del nacimiento y hubo un silencio total. Hubo risas y bromas, pero René pensó: ¿por qué no?, y hubiera deseado que hipnólogos competentes y sin prejuicios que incursionaban ya en ese tema lo llevaran a él mismo antes del nacimiento penetrando en esa situación atractiva y misteriosa. Y tal vez llegar a la vivencia de haber sido un lecherito de Barracas o San Telmo con una vida atractiva y aventurera, con romances incluidos.
Ahora que se encontraba frente a ese paisaje francés reconocido en posibles tiempos remotos, no podía sacar de su pensamiento la idea de que él, en alguna etapa de su vida estuvo en ese lugar. Sintió una gran alegría y quiso recorrer otros lugares para ver si los reconocía. Navegó por el Sena, visitó Monmartre con sus callecitas empedradas, sus cafés y restaurantes acogedores y esas alturas que protegieron a los Parise, las primeras tribus que vivieron en Francia. Lo llenaron de gozo la torre Eiffel, el Arco del Triunfo, el cuartel donde se formó Napoleón y también el General De Gaulle. Pero, desgraciadamente, no percibió la sensación de haber estado por esos lares. ¿Cómo podía ser que en el portal de Versailles sí?
Cuando por fin regresó a su casa todavía lo perseguía la idea de la reencarnación, de la vida eterna. Acomodando algunos libros de la biblioteca vio el cuadro que compraron en Miramar y que había que colgar en el living. El cuadro era hermoso y el artista pintó con maestría dos torres con departamentos, el aeródromo, la catedral de Notre Dame. ¡¡René se quiso morir!! Adiós sueños e ilusiones, ¡chau París!