Por
Carolina De Leo
—A
la mierda, hay que tirar todo esto a la mierda...
—Ay
Marcela, ¿qué decís? ¿Cómo vas a tirar los recuerdos a la
mierda?
—Los
recuerdos juntan mugre. ¿Ay, qué decís? ¿Mirá lo que es esto?
¿Vos lo ves? ¡¿Ves o no ves que todo se fue a la mierda?!
—¿Qué
yo vivo pasada? ¿Y vos? Vos vivís en el pasado, y eso no te deja
hacer nada con nada...
—Te
estoy hablando bien. Pensalo. Podría ser de otra manera esto, por
vos, por mí, ¡por todos!
—Que
piense me pedís. ¿Qué es lo que hay que pensar..? Pensá, pensá,
esa cantinela no me sirve…
—Es
que si lo pensás bien tendríamos que estar felices...
—¿Felices?
¿De qué querés que esté feliz? Decime, ¿de qué?
—Feliz
de la vida... De qué otra cosa se puede estar feliz...
—¡Ahhh...
vos sí que me hacés reír y te merecés un monumento a la
pelotudez! Mirá, de verdad no quiero pelear, te lo juro. Dejalo así
porque no nos vamos a entender nunca.
—Por
eso, no peleemos... Mirá esta foto... ¿te acordás? Estaba acá, en
esta billetera.
¿Te
acordás cuando se ponían las fotos en la billetera? No como ahora
que tenés cientos en el celular, de todo y todos los que se te
ocurran... Tantas fotos y no es lo mismo...
—Uhhh,
si te ponés así no la terminamos más... Yo para recordar no
necesito ningún objeto. Sabés que cada vez que escucho el sonido de
un motor gasolero se me viene el mundo encima, el invierno encima...
Basta, te pido por favor, mirá dónde me llevás... porque al final
te doy bola.
—Y
sí Marcela, ¡dame bola! Estos son recuerdos de toda la vida, esto
nos queda para siempre. Mirá la virgencita de Luján. ¿Te acordás
que a los autos nuevos los llevaban a bendecir a Luján?
—¡Ayyy,
por favor, qué tristeza que me da... cosa de pobres! Nada es para
toda la vida, menos los recuerdos... Vos y yo, nuestros cuerpos, van
a estar helados un día, ¡y ni siquiera eso será para siempre!
—¡Ahhh,
por favor, estás mal, muy mal, me dan miedo las cosas que decís!
—¿Qué,
qué te da miedo?
—Que
tengas razón.