13.10.18

HUELLAS

Por Julia Azul


   Era jueves, aunque algo en el aire parecía contradecir al almanaque transformándolo en domingo. Sentía esa viscosidad de babosa que se arrastra avanzando apenas. El aire levemente cálido permitía alivianar la vestimenta, cambiando la lana por el algodón, la manga larga por la corta.
   Ella tejía en el sillón mientras escuchaba, distraída, un programa musical en la radio. Terminó la vuelta y observó el tejido, se lo midió en el cuerpo, preguntándose si le alcanzaría la lana. Con un suspiro, se levantó para hacer mate porque ya era la hora. Ahora sonaba un viejo vals que traía recuerdos de otros días, de paseos y amigos lejanos. Mientras caminaba hacia la cocina, vio como un ovillo, escapado de su bolsa, corrió delante de ella hacia el jardín. Apuró el paso intentando alcanzarlo antes de que cayera en la tierra. Pero no, sabe que no llegará a tiempo. Como un ratoncito que escapa, el ovillo huyó veloz. Siguiendo la hebra, avanzó hasta la zona de los rosales. Se agachó con cuidado donde el hilo se escondía entre el pasto ya crecido de inicios de la primavera. Ahí estaba. Estiró el brazo pero de inmediato detuvo el gesto al ver una ordenada y compacta fila de hormigas con su verde carga sobre las cabezas. ¡Cretinas! ¡Cuánto las odiaba! Fue siguiendo con la mirada el ejército invasor hacia atrás y como imaginaba, salían de la azalea blanca, ¡como si supieran que era su preferida!.
   Con el impulso otorgado por la rabia, se izó sin que las rodillas crujieran esta vez, y se dirigió al “guardacosas”: esa pequeña construcción donde guardaba todo lo que en la casa quedaba desubicado, sus útiles de jardín y el veneno, su objetivo. Dio una rápida mirada para ubicar el frasco y el rabillo del ojo percibió algo fuera de lugar. Al girar la cabeza, sobre el tercer estante entre las cajas de herramientas y la lona, un gato la miraba, sereno y confiado. ¡Fuera, fuera!, le gritó mientras movía la reposera para asustarlo. ¡Lo único que le faltaba era que una gata callejera pariera muchas crías! ¡En su casa! El gato, sorprendido, saltó y salió corriendo por el hueco en la pared por donde seguramente había entrado. Anotó mentalmente pedirle a su sobrino que rellenara el agujero y lo siguió, recordando que la puerta de la cocina estaba abierta y si se le metía en la casa le iba a costar sacarlo. Con alivio lo vio saltar la medianera tirando una maceta en su escape.―¡Mal bicho!― dijo. Intentó cuidadosamente levantar la planta y la tierra desparramada, procurando que las raíces no tomaran aire. Volvió a armarla asegurándole que iba a estar bien, prometiéndole regarla ahora mismo y ponerla en un lugar más seguro. Fue hacia la manguera, apenas un metro más allá, desenrollándola sólo un poco. Un pichoncito refugiado en ella levantó vuelo asustado. Mientras lo miraba perderse entre las hojas del tilo vecino, dijo para sí misma: “¡Ah, que linda se puso la tarde!”. Se volvió con una media sonrisa iluminándole el rostro y entró para retomar su tejido.