20.10.18

LA VECINA SABE…


Por Rosario Rivarola

   Terminó de pintar la escultura incrustada en el frente, parecía inamovible, un sello de su ser.
   Quería dejar su huella como los perros que mean su territorio… su machismo era vulgar, cultural , ancestral, visceral, enumeral, pero lo quería…
   Lo quería, no así, pero con ésto incluido y ahora que se había puesto irascible, torpe, despojado de toda magia, inaceptable en su dolor irreverente con sus hijos, pobre con su destino, no quise más, mi dignidad superó el amor…
   La mañana transcurría calma, la vecina Maruja, una señora mayor, sabia, con hermosas pitangas en su jardín que mi amiga comía cada vez que la visitaba, siempre miraba el sol que ya se había transformado en otro y comentaba…
   Todos sabían que después del verano Salvador y yo no estábamos juntos y que el sol que seguía incrustado en el frente había sido borrado sus rasgos, para diseñar otro que fuera el deseado por mí en esta nueva etapa.
   Transcurrieron muchos cielos naranjas y sueños celestes, en la orilla, en los bosques orientales atardecidos y lentos…
   Y una mañana la señora sabia, Maruja de la sentada vuelta, pasó por delante de mi casa, me vio sentada mateando en el galería de la entrada, al lado de mi sol amplio, generoso, diverso y universal y me dijo: siempre que paso por acá miro el sol, a veces está calmo, otras veces esboza una sonrisita, y otras llora, y las lágrimas corren por sus mejillas…
   Yo la miré con ternura y le dije: el aquelarre terminó, estaré bien ahora.