Por Rosario Rivarola
La distancia nunca es buena… según quién, para qué… la distancia de más de doscientos metros entre mi casa y la casa de Luciano, hizo que su vida fuera truncada a los dieciséis años y la mía continúe.
La distancia entre el piano de cola de la sala de mi abuela donde tocaba Para Elisa y el carro donde él salía a rebuscarse la vida es de una eternidad.
La distancia me distancia en una sin razón de mis necesidades satisfechas y los millones de seres humanos que no las tienen.
¿Qué hago yo para desafiar esos destinos de hambre?
¿Cómo puedo mirar sin ver?
¿Qué ojos tengo, qué piel, qué aliento para no sentir la responsabilidad moral, ética, humana para que esa distancia solo sea espacial y no una eternidad de dolor
¡Qué persona ha de ser para no ver esto!